D. M.
Chulvi se enorgullece en presentarles una breve historia de amor casi basada en
hechos reales… pero casi eh… por bien poquito; y bueno, de amor, amor… lo que
cada uno entienda por amor claro está…
La
actriz protagonista
Y
El
auxiliar de producción
|
Ella…
Ella es ESTUPENDA… Estupenda es… un calificativo que se me queda algo
corto, pero bueno, por ahora puede valernos.
Para hablar de ella
con propiedad, para hacerlo con la debida solemnidad que se merece, palabras
nuevas habría que inventar, y tal sería la cantidad para este fin, que ellas
mismas, las palabras de nuevo cuño, acabarían indigestando nuestra voluntad y
matando nuestro empeño, pues nuestra condición mundana, de humildes hombres de
la tierra, nunca sería capaz de saciarlas. Palabras que solamente nos elevarían
-como mucho- ha ser merecedores de sus rodillas, porque –y esto de ante mano
deben saberlo- nunca hombre alguno llegó a coronar con palabras bonitas y
perfectas su inalcanzable cabeza… Reto este imposible que no intentaré alcanzar,
pues la muerte por locura tras esa meta espera; y si con la yema de los dedos
consigo rozarlo, con eso mi intento se verá conformado, y si más quisiera
arriesgar amigos míos, es porque muerto, me habréis encontrado. Ella… tiene el
pelo salvaje y ondulado, dejado caer sobre los hombros, como el niño rebelde
que se queda dormido en el regazo de su madre. Su tez pálida, blanca, que en
contraste con la pureza negra de su cabello, resalta las facciones más
infantiles de un rostro todavía por terminar… un rostro carente de las heridas
que el amor ciego deja en el corazón, del amargo recuerdo de días imposibles,
de las imágenes ingenuas del pasado… un rostro, carente también, de los
retoques necesarios para convertirla en la perfecta señorita de los años 70 que
es. Maquillaje para ruborizar sus mejillas, maquillaje para perfilar sus
labios, maquillaje innecesario para su perfecta sonrisa… Su sonrisa… ¡Ay su
sonrisa! ¡Tan solo puedo enmudecer ante ella! Da igual cómo os la describa, ¡da
igual como os la cuente…! Cuando ella sonríe, todo lo demás da igual. El tiempo
se detiene, el corazón más oscuro se ilumina, el suelo más yermo se convierte
en vergel...
Frases todas ellas
muy manidas y utilizadas, lo sé, pero inequívocamente ciertas, y por eso, no me
avergüenzo en escribirlas.
Cuando ella
sonríe… las bombillas de los espejos implosionan en un CRUJIDO de temor, y
entonces, en el más calmado de los silencios, miles de cristales se esparcen
por el aire y forman un abanico de chispas fugaces que agónicas mueren en la oscuridad… La sala queda en silencio;
queda en penumbra; y lo único que brilla con luz propia, es su rostro… Sus “buenos días”, siempre acompañados
de una hilera blanca de amabilidad, consiguen alegrar la mañana hasta al más
escéptico de los trasnochadores. Por eso, aunque uno haya pasado la peor noche
de su vida, o por muy jodidamente que
haya amanecido, nunca escapará del milagroso remedio que es su cortesía
matutina. Cuando la veo hablando y riendo a primera hora de la mañana con las
chicas de maquillaje, no puedo controlar las comisuras de mis labios, y estas, tímidamente,
se alzan con voluntad propia para formar una mueca de felicidad en mi cara.
Ante ella, el perfecto estúpido enamorado que soy… “Falta papel higiénico en los baños”, me dicen por el walkie.
¿Veis lo que os decía? Es imposible describirla con
palabras. ¡Qué oportunos joder! Además en un doble sentido, pues por una parte
han profanado mi fantasía matutina –que todo hay que decirlo me estaba saliendo
cojonuda- y por otra parte me han hecho consciente de la imagen tan ridícula
que estoy dando ahora mismo: de pie, inmóvil, en el quicio de la puerta,
cargado con una caja de aguas, y sonriendo a un puesto de maquillaje ya vacío.
Muy estúpido. Aquí ya no me queda nada más por hacer. Dejo la caja de aguas en
el suelo, a ella continuando con su cháchara de buena mañana, y me dispongo a
cumplir mi siguiente mandato.
Básicamente
mi trabajo consiste en esto. Me encargo de que:
-no falten aguas para el equipo;
-de que todo esté limpio;
-de que haya bolsas de basura suficientes;
-de vaciar las bolsas antes de que estas rebosen;
-de controlar el catering y mantenerlo ordenado;
-de cortar el tráfico de coches y peatones durante las tomas;
-de que nadie destroce nada;
-de procurar lo que se necesite;
-de ayudar a subir y bajar material
-de que siempre haya jabón en los lavabos;
-de tirar cables cuando sea necesario;
-de poner moqueta en los camerinos, de poner moqueta en
vestuario, de poner moqueta en todos partes…
¡Vamos!
Un vecorreydile en toda regla. Quizás un vecorreydile con un
puntito más de experiencia por eso de llevar el pomposo grado militar de auxiliar, pero os aseguro que la diferencia entre el meritorio de
producción y el auxiliar es mínima; tan
mínima es, que ni siquiera llevamos galones que nos distingan. Una vez oí a un eléctrico definir muy bien la función del auxiliar de producción. Se
quejaba, y con toda razón, de que estaba hasta
los mismísimos huevos de limpiar la mierda que los demás dejaban en su camión, como botellas de agua medio bebidas o vasos de plástico
de café… Pues ese es básicamente mi
trabajo. Pero antes de hacer
todo esto, lo primero de todo, es recoger a los actores. Llevar actores a veces
tiene sus ventajas, pues aunque está totalmente prohibido fumar en el coche
cuando se hace un traslado, siempre te acaban contando cosas útiles e
interesantes para tu frustrada carrera de actor; o básicamente te enteras de
nuevos proyectos en los que quizá haya posibilidades de trabajo. Lo malo viene cuando te
toca recoger a algún actorzuelo o actorzuela que no lo conocen ni en su casa a
la hora de comer. Y encima estos se creen lo más porque piensan que están
actuando en la última “película” de Shakespeare; y en el fondo están
sentados en mi coche solamente porque son guapitos y quedan bien en cámara,
para que luego, además, sean más malos que la leche agria; y a ti te jode, con razón, porque perfectamente podrías
haber dicho sus dos frases de mierda y así la productora se habría ahorrado el
contrato de un figurante pretencioso, y los de producción no tendríamos que haber
hecho una recogida a las siete de la mañana en la calle más escondida, peatonal
y difícil de acceder de todo Madrid. A esta gente a veces los llamo “un 41”,
dependiendo de lo bien que me hayan caído. Los 41 son personajes pequeños, de
un par de frases, que se les asignan los números más alto en función de la
cantidad de personajes que aparecen en el guión. Por eso el 41. Morralla. Actores que se creen que van a vivir todo tipo de anécdotas
interesantísimas durante su única jornada de rodaje, y que estas van a ser las
más fascinantes de todas… Como se nota que no llevan cuatro semanas de rodaje a
sus espaldas como nosotros… Sin embargo, a ella, por
desgracia, nunca me había tocado recogerla o llevarla a casa. Los productores siempre en su infinita sabiduría, habían
decidido poner un chófer solo para ella. No sé muy bien a qué se debía esta
decisión, ni a quién se le había ocurrido, pues a la productora no es que le
salieran precisamente billetes de 100 euros por las orejas. Supongo que se
decidió por la importancia de su papel, o porque era la única actriz que iba a
estar todos los días en rodaje, o para asegurarse de que nunca llegara tarde, o
vete tú a saber. De lo que estoy seguro, es de que
ella no había pedido ningún tipo de privilegio. Ella no es de ese tipo de
actrices; que os aseguro que las hay. Ella rezuma simpatía y profesionalidad por todos los rincones de
su piel. Nunca puso un problema, nunca se quejó, nunca estuvo disconforme con
nada… todo lo contrario; siempre se acoplaba a nuestras necesidades, estaba
dispuesta a sacrificarse, a esperar, a echar una mano si hacía falta con tal de
facilitarnos el trabajo, y eso sí, siempre lo hacía con una sonrisa en la boca.
Puede sonaros ñoño y falso que sonriera tanto, pero es que así era, siempre iba
acompañada de una sonrisa. Incluso en los momentos en que interpretaba una
situación dramática, podías intuir que sonreía por dentro. Su chófer, un tipo gordo
y desagradable, algo arisco y asocia, se
pasaba el día entero apoyado en la puerta del coche bebiendo café. Por nada del
mundo hacía el amago de ayudar a quien pasara por su lado, por muy cargado o
apurado que lo viera. Él, de lo único que tenía que preocuparse, era de no mancharse la ropa con el café que se le filtraba por los
gruesos pelos de la barba. Siempre venía
vestido con una camisa
rosa, unos pantalones caquis y
unos zapatos no muy desgastados. Aquel atuendo era lo que él entendía por elegante; y así venía estipulado por contrato: “vestido bien has de venir, si con el coche, que vas a conducir,
desentonado no quieres ir”; exigencia esta, cabe decir, que ella nunca había pedido. Esas cosas a ella no le importaban. ¡Era
tan humilde con los demás...! ¡Es!
Colocar
los rollos de papel higiénico no me lleva más de cinco minutos: ir al camión de producción, coger unos cuantos rollos de
papel, repartirlos entre los baños, echar un poco de ambientador… pero ya que estoy aquí, aprovecho y limpio el suelo del pasillo. Para
realizar esta, mi siguiente labor, tengo que volver a salir del edificio para
coger la lejía, la fregona y el cubo de fregar que permanecen desde el día
anterior en el camión de producción; situación esta, que indica claramente, que
ayer se nos pasó por completo limpiar los baños al terminar la jornada, y por
eso, ahora el suelo presenta una película de huellas humanas compuestas por una
mezcla de suciedad, agua y orín. Para los baños tenemos una lejía que más que
marca blanca parece amarilla, porque nunca vi, ni precio tan barato, ni eficacia tan
poco probada; solo digo, tampoco es que esto importe mucho. Salir al camión de
producción no supone un viaje muy largo. ¡Para nada! Pero ahí reside la
diferencia entre un buen o un mal auxiliar de
producción. El buen auxiliar habría previsto que
el suelo estaría hecho un asco -de hecho el buen auxiliar lo habría limpiado el día anterior- y para no tener que
hacer mil viajes de ida y vuelta con la lengua por fuera, al camión de
producción, habría cargado desde un principio con todo lo necesario: papel
higiénico, ambientador, bolsas de basura, servilletas de mano, cubo de fregar,
lejía, fregona… El kit básico. El buen auxiliar tiene que ir preparado para lo que sea, y prevenir el
problema antes de que este ocurra. En este caso tampoco es que nos encontremos
ante una tragedia de magnitudes bíblicas, y tampoco es que mi función principal
sea limpiar los baños, pero si te los encuentras en ese estado, pues lo haces.
La verdad es que
esta semana va a ser bastante tranquilita. Solo grabamos en una localización:
un hospital abandonado a las afueras de Madrid. Imaginaos: cuatro plantas
llenas de espacios enormes donde poder trabajar a nuestras anchas ¡y solo para
nosotros! ¡Una maravilla! La semana que viene ya será más movidita, ya veréis; tendremos
cuatro traslados en un mismo día, desde el quinto coño hasta el quinto pino, y
encima, por calles de Madrid que en pleno agosto están hasta los topes de
turistas roji-rubios, de ojos
siniestramente azules, y que no se enteran de nada. Porque dime tú, cómo coño
le explicas a un sueco que por favor
espere un momento que vamos a grabar, que enseguida le dejo pasar, que
se quite de en medio que sale en plano… Vänta ett ögonblick som vi kommer till post, Jag lämnar
omedelbart passet, Ta bort näsa kon, som kommer i plan… y entonces me miran flipando porque, lo que les acabo
de decir, ni por asomo se acerca a lo que he escrito en español, y piensan: ¿Qué coño dice este del cono, la nariz, el
correo y el pasaporte…? Más majos los suecos. Si no recuerdo mal, creo que
un día tenemos como cincuenta figurantes… ese día sí que va a ser divertido.
¿Cómo se dirá figurante en sueco? Bueno, a lo que estábamos, esta semana, de lo
único de lo que me voy a preocupar, es de que la mierda que el propio hospital
ha acumulado durante años, ni se coma al equipo técnico, ni se esparza por los
múltiples sets en los que vamos a rodar; eso, y controlar también que nadie se
pierda en este laberinto clínico de pasillos sin fin y escaleras que no llevan
a ninguna parte, aunque para eso ya me cubrí las espaldas a tiempo y me pase
una noche entera colocando por todas partes cartelitos con indicaciones para
que la gente no se perdiera. Indicaciones de set,
salida, ascensor, catering… todos los puntos de
interés necesario, eso sí, escritos todos ellos con una letra imposible de
descifrar. ¡Ay esa magnifica cartelería que siempre acaba en el suelo por mucho
celo que le pongas, que nadie se digna a leer cuando está trabajando porque no
tiene tiempo que perder, que irónicamente acaba siendo la causa principal del
absentismo laboral en un rodaje…¡ ¡Esa
cartelería, de la que también se encarga el auxiliar de producción!
¡Ya está! Los
baños y el pasillo han quedado relucientes, solo falta que se sequen y estarán
como nuevos; pero como nunca nada, sale como uno espera, justo cuando le estoy
dando la última pasada al suelo con nuestra sospechosa lejía de marca amarilla,
por delante de mí, pasa zumbando
un desconsiderado eléctrico cargado con un trípode en el hombro y una
bandera negra en la mano. Las grandes pisadas
de sus enormes botas son más que evidentes.
No es que el eléctrico sea un desconsiderado (que
muchos lo son), es que el pobre no
se ha dado cuenta de que estaba fregando; y si se hubiera dado cuenta, si lo
hubiera visto a tiempo, habría pisado con tanto cariño y con tanto cuidado, que
nadie, nunca, jamás, hubiera sospechado que un eléctrico pasó por allí, os lo
juro… o al menos se habría disculpado. Me
saluda amistosamente mientras se aleja.
Son buenos tipos estos eléctricos (a
veces). No me puedo enfadar con él
ni le puedo regañar, no porque yo sea una mierda de auxiliar sin una pizca de
autoridad –que también- sino porque él está haciendo su trabajo, y a mucha
honra; yo también, pero hay que entender que en estas situaciones tener el set
listo e iluminado a tiempo es mucho más importante que conseguir que los baños
huelan a pino fresco. ¡Limpiar los baños puedo hacerlo en cualquier momento! El
rodajees aquí, y AHORA. Además, ¿cuántas veces habéis cargado con un trípode de
esos al hombro? Al quinto viaje te duele tanto el
hombro que no sabes si eres tú el que lleva el trípode o es el trípode el que
te lleva a ti… Siempre que me encuentro
en un cruce de este calibre, en el que alguien necesita pasar a toda prisa, ya
sea un eléctrico, el dire de
foto o la auxiliar de dirección, rápidamente dejo de hacer lo que esté haciendo
y me aparto para ceder el paso. No hago esto por educación o preferencia -que
también-, lo hago porque seguramente estas personas estarán ocupadas con cosas
más importantes que las mías, con cosas muy por encima de mis quehaceres
cotidianos; aunque, todo hay que decirlo, muchas veces no tengo ni la más
remota idea de qué es lo que están haciendo, e incluso a algunos no sé ni para
qué coño les pagan. Reconozco también que otras veces me aparto por pura mamonería y pelotería mal disimulada,
pero esto no viene al caso. Recordad amiguitos que esta es una de las
principales reglas del auxiliar de producción: quítate
de en medio y no entorpezcas el trabajo de los demás. Cuanto menos se te vea, ¡mejor! Como con los suecos…
pero, detrás del eléctrico… aparece ella… precedida por la auxiliar de dirección
que la arrastra de la mano a paso rápido y ligero. La necesitan en set; y por walkie la reclaman con urgencia, pero… ¿Quién pudiera disfrutar por siglos enteros del tranquilo tacto de su mano, aunque solo
fuera las puntas de los dedos? ¿Quién…? Quien lo consiga, afortunado será. La auxiliar de dirección ni siquiera sabe que estoy ahí,
ni me ha visto al pasar, y yo sigo escondido, apoyado en la pared para que mi
presencia no les entorpezca el paso; sin embargo, ella… ella se permite gastar
dos segundo de su frenético comienzo para girar la cabeza y mirarme. Me mira, y
me lanza una sonrisa. Una sonrisa fugaz que durará siglos enteros en
mi retina. Ella sí que se da cuenta de que el suelo está recién fregado, y
entonces, en un gesto de perdón, en una cómica mueca de arrepentimiento, cambia
rápidamente sus pasos acelerados por unas amplias zancadas, que de puntillas,
saltan las baldosas de dos en dos, y que de puntillas, resaltan todavía más la
graciosa e infantil criatura que es. Su buena intención por no estropear el
mérito de mi labor hace que un cosquilleo me recorra desde el esternón hasta la
garganta, pero tú… tú pisa, pisa lo que quieras.
¡Pisa con garbo morena mía! ¡Pisa! Con esos pies tan delicados y frágiles que te ha dado Dios no
hay mal que le puedas hacer a mi esfuerzo. Eres un ángel sobrevolando la
superficie del mar; un ángel que dibuja con las puntas de sus dedos flores amarillas en el agua. Te alejas corriendo
por las escaleras, subes también los peldaños de dos en dos, el tiempo apremia,
pero tu imagen, todavía fresca en mi cabeza, se me escurre entre los dedos de
mi mente. Cierro los ojos, y hago un gran esfuerzo por grabar a fuego todos los
detalles que pueda de ti. Esos detalles que con el
paso del tiempo se difuminarán y nadie recordará; yo, los conservaré en el
formol de los escalofríos que tu recuerdo provoca en mi piel. Esta semana tu personaje todavía es joven. Es 1974, y
tu estás embarazada. Estás preciosa, y aunque lo que llevas en la barriga es una botarga de
plástico, la felicidad y la ternura de
las madres primerizas se escapa por el color de tus mejillas. ¡Mierda! Si sube tan rápido es porque vamos a empezar a rodar, y
el jefe de producción me ha pedido que esté en el set. Mis otros dos compañeros
aún no han llegado y el jefe siempre quiere que haya alguien en rodaje para
informar de lo que va sucediendo. De primeras ya no he contado todos los
preparativos previos a los primeros ensayos, y la verdad es que nadie me los ha
pedido todavía por walkie, pero de
todas maneras corro hacia el set para que no me pillen desprevenido. Eso sí,
antes una frenética carrera para dejar el cubo y la fregona en el camión de
producción, porque, es lo típico: te lo dejas en mitad del pasillo para
recogerlo luego, pero luego nunca nadie lo recoge.
¿Cómo
demonios he llegado a esta situación? Hace un momento estaba en el set
“cantando” por walkie lo que ocurría
en el rodaje: “nos preparamos para un ensayo con actores”, “acción ensayo”,
“cortamos ensayo”, “retoques para grabar”, “silencio motor”, “hemos cortado”…
esas cosas que decimos los auxiliares de producción para que el resto del equipo se entere de por donde van
los tiros; porque, producción, ese ente indefinido siempre en constante
movimiento, haciendo cosas de un lado para otro sin que nadie lo comprenda; ese
ser peculiar, lo que menos le conviene es que le odien aún más porque uno de
nosotros se haya colado en mitad del plano; por eso siempre hay a alguien de
producción en el set: para avisar como mínimo de la acción y el corte; bueno,
por eso y por otros motivos; aunque os podría asegurar –y me juego el cuello en
ello- que nadie, ni siquiera el jefe de producción, emplea ni media oreja en
escuchar lo que decimos: “ahora pasamos a la secuencia 17”, “pasamos al
contraplano”, “indicaciones a la actriz y retomamos…”; y por eso, siempre,
alguno de nosotros acaba apareciendo en la pista de sonido; ensanchando de esta
manera de orgullo y satisfacción el pecho de su abuela porque su nieto ha
salido en la tele. He de admitir, que cuando soy yo el que está al otro lado
del aparato, tampoco es que preste mucha atención; pero así y todo, hay que hacerlo, aunque las
auxiliares de dirección se rían de nosotros al escucharnos, y digan que
parecemos locutores aburridos radiando un partido de tenis. Pero ahora, no sé
cómo, me encuentro en el siguiente set con un cubo de basura tamaño comunidad
en una mano y una nevera con aguas calientes en la otra. Calientes porque los
hielos aún no han llegado… El siguiente set es un quirófano circular años 70
totalmente frío y aséptico; y estoy yo sólo; yo sólo, con ella. El primer
ayudante de dirección me ha pedido que acompañe a la actriz hasta el siguiente
set y espere allí, mientras él, el director, y parte del equipo, van a ultimar
algunos detalles sobre los lugares donde grabaremos después de comer. Y digo
yo: “¿No podrían haber hecho eso antes, o hacerlo hecho en otro momento?” o “
¿no tienen dos auxiliares de dirección para estos casos, para acompañar y estar
con los actores en vez de meterme a mí este marrón?”. Pero bueno… De paso que
subo al siguiente set aprovecho el viaje y subo conmigo el cubo y la nevera del
combo. Esta, amiguitos, es otra de las funciones primordiales que un auxiliar de producción debe
recordar: Allí donde se monte el combo,
producción, siempre, deberá colocar una nevera con aguas, una caja de aguas del
tiempo, un cubo de basura, y las sillas necesarias para el equipo; pero cargar ahora con las seis sillas y acompañar a la
vez a la actriz no me parece correcto. Sabía que se ofrecería a ayudarme, y ya
lo ha intentado con el cubo y la nevera, a lo que me he negado en rotundo por
supuesto; pero si además, hubiera cargado con las sillas, estas seguro que se
me habrían caído porque son un coñazo de llevar, y entonces ahí, si que hubiera
sido imposible rechazar su ayuda, y no me lo hubiera perdonado en la vida.
¡Hacerla cargar con el trabajo burdo y simplón que es el mío…! ¿Dónde se ha visto?
Producción también se encarga de colocar una
carpa en el combo cuando se graba en exteriores para que la luz no moleste a
los monitores ni la gente se muera de calor… ah, y el botiquín coño, que
siempre se me olvida; fundamental; y el extintor, también fundamental.
Están tardando
demasiado y me estoy poniendo nervioso, de hecho todavía no he soltado ni el
cubo ni la nevera a la espera de alguna indicación; mientras, ella, se ha
acomodado en una de las sillas de goma-espuma del decorado, y recatada,
callada, y en un lado de la sala donde no molesta, se concentra en su
personaje.
El silencio en la habitación es vertiginosamenteincómodo.
Otra actriz ya
habría aprovechado la coyuntura para sacar el móvil escondido en el bolso de atrezzo y dedicarse a enviar
compulsivamente mensajes que carecen totalmente de importancia, y que en
realidad no quieren decir nada. Porque ya me dirás, ¿qué es eso tan importante
que tienes que decir cuando estás esperando para rodar? No tienes que decir
absolutamente nada; estás trabajando y ella… es tan profesional. Es de admirar
la profesionalidad con la que espera. Nunca vi actriz igual que esperara como
ella. ¡Tan linda en su rectitud
y su saber estar…! Como me gustaría escribir correctud en vez de rectitud pero qué se
le va a hacer. ¡Tan linda en su correctud y su saber estar! ¡Suspiro! Y ahí estamos los
dos, solos, con mil cosas que decirnos, con mil palabras que insinuarnos con…
Una sola mirada, directa a sus ojos, profunda e intensa, es lo único que
necesito para resumir lo que siento; pero el silencio sigue siendo incómodo, y
ella, no me mira, sigue concentrada; y si abro la boca para decir algo, seguro
que disléxica tartamudez alguna me sale -¿cómo?- y de un tímido y vergonzoso
carraspeo acompañado vendría. Sería ideal que en este momento sonara una canción;
una canción de un grupo catalán que hasta hace bien poco era conocidísimo pero
que ahora ya no se les oye tanto. Un grupo con nombre propio que me es
imposible nombrar porque no puedo pagar los derechos de autor; así que
imaginaos la escena como ya os he contado, en el más helado de los silencios…
Pero si pudiera… te cantaría la historia de amor más
grande jamás contada de Marcelo y María, que quiso ser pero nunca fue. Te la
cantaría en un tono más bajo y susurrándote al oído para que mis palabras
abrazaran cálidamente cada milímetro de tu piel. Cantaría bajito para que no
tuvieras que soportar mi falta de talento musical y así no sufrir mi constante
desafinación. Parecería que canto bien y todo. Y aunque no entendieras la letra
por estar escrita en catalán y tu ser de las afueras de un barrio de Madrid
llamado Valverde, yo te traduciría palabra por palabra esa triste historia de
bar para hacerte cerrar los ojos, dejarte flotar en el aire, y respirar
profundamente. Un comienzo de acordes y lo que parece un punteado escueto de
banjo, de una canción de la que nunca supe su nombre. Y entonces, llega el dire serio y enfadado, y se dirige directamente a hablar contigo.
El momento ha pasado, y ni siquiera he podido ambientar mis pensamientos con
una canción.
El resto del
equipo llega acto seguido y entre ellos el jefe de producción, que, con la
amabilidad que lo caracteriza, me envía unos metros más p´allá, hacia el fondo del pasillo, a una habitación donde los
chicos de arte van a empezar a colocar estantes para ultimar el set de mañana
por la mañana. Como utilizan ruidosos
taladrados en su labor estanteril,
me tocará mandarlos callar cuando empecemos a grabar. Cada vez me alejan más de
ella, ya ni siquiera veo el set. Lo único que veo son nucas, y las espaldas
sudadas del equipo porque todavía no han llegado los hielos para las aguas; miles
de cogotes que me esconden sus ojos, fijos en la escena, para que todo salga
perfecto; pero a ella, es imposible verla desde allí, ni siquiera su cogote.
Como más tarde me enteré, habían tardado tanto en subir al set porque el dire se había perdido por el hospital a
pesar de mis indicaciones. El pobre había terminado en uno de los oscuros
sótanos que, además de albergar cajas vacía, esconden por las esquinas tarros de formol con fetos intactos
de recién nacidos; nacidos y muertos hace mucho tiempo. Lo que había sido una
alegría, una sincera felicitación por parte de unas de las auxiliares de
dirección por lo bien señalizado que estaba el hospital, se había convertido en
una pesada mirada del director; una mirada contenida de ira por no gritarme “¡inútil!”
en mitad del rodaje; aunque no hacía falta palabras, con la mirada lo decía
todo, mejor incluso de lo que lo hubiera hecho yo si ella me hubiera mirado. Bueno… yo al menos había previsto que
tres personas se perderían en la localización por la complejidad del sitio y la
aceleración del trabajo, pero nunca llegué a pensar que uno de esos tres iba a
ser el director de la película; aunque… si a él se le puede llamar director,
entonces supongo que a esto se le puede llamar película.
“¡Silencio,
motor!”, “¡Graba sonido!”, “¡Canta y…!” “¡Acción..!”.
Su voz de niña intenta escapar del fondo de la sala;
delicada y frágil, a punto de quebrarse en un llanto inconsolable… Sus
intenciones son siempre claras, sus emociones transmitidas a la perfección…
¡Qué bien lo hace! No es necesario entender el significado de sus palabras ni
ver el movimiento de sus labios... cuando ella habla, el mundo entero enmudece.
¡Sus deliciosos labios…! Como me gustaría tocarlos, sostener su cara con mis
manos, besarla lentamente para quitar de su boca todo el mal que en ella habite...
La actriz que le da las réplicas es mucho mejor que ella, ¿dónde va a parar? Se
nota la edad, las tablas y la experiencia, pero ella… ella encarna la visión de
lo que será un futuro prometedor. Es un gustazo verla actuar; y aunque no la
pueda ver, la imagino a través de las insinuaciones de su voz. Que claro está
el subtexto en su boca… Pero de repente, al
final del pasillo, el eco atronador de unas sandalias de playa andando a buen
ritmo, anuncian el preámbulo de un desastre. Aunque lo oiga, no me doy cuenta
del peligro que se avecina; esta intromisión tan sonora no es distracción
suficiente para quitar su voz de mi cabeza, pero… ¿Cómo es posible que unas
cutres sandalias de playa puedan hacer tanto ruido? Son las miradas asesinas
del resto del equipo las que me ponen en alerta, y me hacen caer en la cuenta
de que es mi obligación hacer parar a ese molesto individuo y su grotesco
calzado que están embruteciendo el sonido de la toma; esas miradas que antes me
daban la espalda, y ahora se me clavan como finos alfileres en la piel
haciéndome sudar de vergüenza. Aquí la gente mira mucho pero no dice nada. El
que se acerca por el final del pasillo con calzado tan poco apropiado es uno de
los chicos de arte que viene para ayudar a sus compañeros a colocar los
estantes; y es que el inocente no se ha dado cuenta de que hemos “cantado”
motor. Pero eso no es todo, pues sigue sin darse cuenta de que estamos grabando.
A pesar de vernos a todos callados como tumbas, entra directamente en la
habitación donde arte está trabajando, y se pone a hablar con sus compañeros
como si no hubiera nadie más en el mundo. Entonces tengo que aparecer, raudo y
veloz, con una sonrisa de amabilidad en la boca para hacerlos callar. Susurrando
les digo: -¡Chicos, chicos!
¡Silencio!- y mi índice sobre la boca
deja bien claro que se callen… o no… Daos cuenta de que lo digo en plural:
“¡ChicoS!” para que el susodicho que molesta no se de por aludido y se sienta
ofendido. Es más fácil hacerlos callar cuando, en vez de remarcar la cagada
individual, haces que esta sea colectiva y así sea más fácil de asimilar, de
tragar. Aunque visto lo visto, habría sido mejor decírselo directa y
tajantemente al único implicado. -¡Ah,
perdón, perdón! No me había dado cuenta.- se
excusa, pero la excusa no viene acompañada de un tono más bajo -¿uno? Debería
ir acompañado de VARIOS tonos más bajos-; para eso mejor no digas nada, lo que
molesta no es lo que dices, sino simplemente que hables. ¡Cállate! Imaginaos:
si este individuo es capaz de derrumbar las divinas murallas de Troya con el
sonido de sus sandalias al andar, que no podrá hacer con el poderoso sonido de
su voz; pero bueno… attrezzistas… ¿Situaciones como estas? A patadas; y ahí
tengo que estar yo raudo y veloz para hacerlos callar. Así es imposible, así no
hay quien pueda disfrutar del acogedor sonido de su voz; pero es que, la vida,
esa cosa tan incomprendida, tiene un poder invisible e involuntario, un poder
extraño que lo abarca todo, un poder tan poderoso que, sin tú darte cuenta, y
sin ella ser consciente, te descalifica del juego y tú crees que sigues jugando.
¡Suspiro más grande!
¡Ahora
sí que me han jodido de verdad! Si antes me habían enviado al final del pasillo,
para mandar callar a irreverentes trabajadores con más lengua que trabajo, allí
al menos estaba en el mismo edificio que ella y podía oírla; pero ahora, por
culpa del… del inepto del meritorio de producción, me toca ir adonde cristo
perdió el gorro para solucionar su cagada. Tengo que ir a la frontera entre
Madrid y Guadalajara, a un polígono seco y árido, rodeado de la más absoluta
nada donde solo se oye el cantar de las chicharras. Tengo que cambiar un
estúpido muñeco de látex porque la empresa que nos los proporciona se ha
equivocado en la edad del neonato: en vez de darnos el muñeco de un bebé recién
nacido, la sorpresa que nos hemos encontrado al abrir la caja, tal cual cesta
delante de un orfanato, es la de un muñeco de unos 18 meses con su chupete, su
sonajero y su carrera universitaria bajo el brazo. ¡Mierda! Sé que la culpa no
es del meritorio, sino de la empresa, que debería controlar mejor sus encargos
-que no será la primera vez que nos la juegue-, pero… ¡macho! Podrías haber
mirado la caja antes de salir, comprobar que no nos den gato por liebre, llamar
incluso si hace falta… pero no, en vez de eso, me toca conducir 45 minutos de
ida y otros 45 de vuelta, a las 12 del mediodía, bajo el justiciero sol de agosto,
mientras tú, sin un ápice de remordimiento, te quedas en el set disfrutando de
su presencia e incluso a una distancia más corta de la que yo pueda imaginar
jamás. Pero bueno… me ha tocado a mi ir a devolver el muñeco diabólico, y tengo
que cumplir. Me gustaría escribir que
durante la hora y media que estuve conduciendo, lo añoré todo de ti,
absolutamente todo, pero, por desgracia, he de admitir que la cosa no fue así.
Me gustaría escribir que añoraba tu mano apoyada en mi hombro cada vez que te
colocabas el zapato, porque las chicas de vestuario no habían acertado con la
talla de tu pie; o la visión de esos pies tan delicados que por las mañanas
siempre nos regalabas, pues venías calzada con sandalias de verano por los que
se asomaban unos asustadizos a la par que juguetones dedos… pero no os vayáis a confundir con el individuo que
chasqueaba sus sandalias al andar y que siempre nos jodía el sonido de la toma.
¡No por Dios no tienen nada que ver!
Como me hubiera gustado echar de menos las curvas de tu pelo ondulado por las
que cientos de veces me he perdido, y otras tantas me he quedado dormido. Tu
olor, del que solo he probado pizcas, instantes fugaces de una piel que por más
que lo intente no puedo retener, también eso, me gustaría escribir que lo eché
de menos pero… la realidad, me
preparaba un destino más bizarro. En un
momento del viaje, quizás a la media hora de estar conduciendo, el cielo se
volvió completamente negro. Solo yo me di cuenta de aquel repentino cambio porque
no había nadie más en la carretera. A mi alrededor, el terreno se había
convertido en un paisaje lunar, y el cegador sol del mediodía dio paso a la más
oscura de las noches. Una noche extraña, no negra, sino gris, y sin una maldita
estrella brillando en el firmamento. El incesante sonido de las chicharras
calló de súbito, y lo único que me mantenía sereno era el tranquilizador
murmullo del motor en ralentí. Di un paso firme en el asfalto de la carretera
para explorar la absoluta nada que me había engullido de repente, y sobre mi
cabeza, sin previo aviso, unas intensas luces que cambiaban constantemente de
dirección, acompañadas de una espesa niebla merecedora del más sórdido de los
espectáculos parisinos, aparecieron para avisarme de que algo iba a pasar. Una
nave espacial, de origen extraterrestre, redonda y achatada, sacó sus tres pies
de aterrizaje y se posó majestuosamente sobre una de las colinas desiertas. La
compuerta principal se abrió, y una luz fluorescente recortó la silueta de una
figura desafiante venida del lejano espacio exterior. Levantó su pistola láser,
enmarcada también por la luz de la puerta, y se dispuso a realizarme todo tipo
de exploraciones que aquí no mencionaremos por respetos a las señoritas… No, por supuesto que nada de esto
ocurrió de verdad; ni siquiera es fruto de mi imaginación, sino más bien de mi
incontinencia literaria o mi verborrea mental. Lo que sí es cierto, es que no
paraba de quejarme del calor que estaba pasando porque me estaba quedando sin
gasolina, y para ahorrar combustible, había quitado el aire acondicionado y
bajado las ventanillas -que en verdad lo único que hacían era meter más aire
caliente-; no quería arriesgarme a que se me encendiera el piloto rojo de la
reserva cuando estuviera llevando a un actor en el coche; es muy molesto, y en
esos momentos no puedes parar a repostar y hacerle esperar en mitad de una
gasolinera a la vista de todo el mundo. Así que, para intentar evitarme la
molestia del acusador rojo, quité el aire acondicionado para apurar al máximo
el combustible. Esta era la solución provisional, porque la verdadera
cavilación consistía en parar y echar gasolina con mi propio dinero o esperar a
llegar al hospital para pedir dinero de producción. Ya no me quedaba nada del
dinero que producción me había adelantado, y evidentemente siempre podía pagar
con mi dinero, pedir factura, justificarlo en gastos y que luego me lo
devolvieran; pero ahí, siempre te la juegas, te arriesgas a que luego no te
salgan las cuentas y tengas que devolver pasta, o lo que es más incómodo: que
te lo tengan que devolver a ti, porque a medida que va avanzando la película,
cuando se va llegando al final, hay menos dinero para invertir; y se hace
terriblemente incómodo que uno se pase del presupuesto estimado. Además, en
esta peli, me he propuesto gestionar bien el dinero de producción, no
mezclarlo con el mío, ni poner de mi bolsillo, porque, como siempre se me han
dado fatal los números, al final siempre he adelantado de mi propio dinero y
acabo gastando más de lo que gano. ¡Pues esta vez no, ya está bien! En cuanto llegue al hospital pido dinero y me acerco
a la gasolinera más cercana. Lo otro que me rondaba por la cabeza –pero de más
fácil solución-, era que había salido del hospital sin tabaco y me había dado
cuenta a mitad de trayecto, cuando ya he encauzado el camino y no tengo que
preocuparme por perderme -porque lo difícil es coger la carretera adecuada, pero
una vez cogida es todo recto-; pues en ese momento, en el que estoy yo solo,
conduciendo, sin ningún actor al que le moleste el humo, con la radio a tope y
disfrutando del viaje, ahí, es cuando más me apetece un cigarro. ¡Y en ese
momento me apetecía horrores! Pero en mitad de la nada, es un coñazo tener que
desviarse de la autopista y perder veinte minutos para buscar un local donde vendan
tabaco; así que: me aguanto, me resigno, y me hago todo el trayecto sin fumar. Ya os he dicho que este problema era de
fácil solución. Cuando me acerque a la gasolinera ya tendré tiempo más que de
sobra para comprar tabaco. ¿Y qué era lo otro que me martilleaba la cabeza? Ah
sí, ya sé: ¿qué coño voy a hacer cuando termine la película? Había estado una
larga temporada enviando curriculums de aquí para allá, de productora en
productora, de grandes empresas a cuchitriles montados en bajos, pero, hasta
que no me llamaron los que ya me conocían, no conseguí un buen trabajo, un
trabajo de verdad. Este mundillo funciona así: una vez que has trabajado con
alguien, y si lo has hecho bien y les has caído en gracia, lo único que puedes
hacer es esperar a que te vuelvan a llamar en otra ocasión. Una vez una
compañera me pregunto si alguna vez había conseguido un trabajo de auxiliar de producción
enviando curriculums. Eché la vista atrás y, efectivamente: nunca había
conseguido un curro enviando curriculums; miento, una vez, para ayudante de
arte en una película independiente en la que no me pagaban, así que… supongo
que mi primera opción cuando termine este trabajo será volver a enviar
curriculums como un loco. Y es que en este país somos más de 4 millones de
personas buscando lo mismo. ¿El qué? ¿Un trabajo estable con el que poder
subsistir? ¡NO! Una compañera de
viaje con la que disfrutar del resto del trayecto. Una buena compañera de
viaje, eso es lo que buscamos. Lo del trabajo estable hace tiempo que deje de
buscarlo… ¿qué queréis? Soy auxiliar de producción.
Y
entonces la traición se sirvió caliente y sin anestesia.
Llegué al hospital
con el muñeco diabólico –el correcto- y lo dejé rápidamente en la oficina de
producción para que mis jefes lo gestionaran como fuera preciso con las chicas
de arte. Yo, por mi parte, ya sin la carga del neonato, subí los escaleras de
dos en dos para verla cuanto antes. Cuando llegué al set, allí los vi, mi Judas
y mi actriz, hablando y riendo como si fueran los únicos de la sala, los únicos
que no daban un palo al agua mientra los demás se desvivían trabajando. Solo
les faltaba cogerse de la mano; y entonces, ella, no pudo aguantar más la risa
ante una de sus ocurrencias, y le golpeó cariñosamente en el hombro, a lo que
él respondió con una sonrisa. ¡Contacto físico! Se me encendieron los ojos con llamas del infierno. Me hirvió la sangre.
¡Le ha tocado! ¡Maldito traidor! Y era él, el que me dijo una vez que “entre
bomberos no se pisan la manguera”; frase burda donde las haya por la que me reí
para no dejarte mal, para que te entres -aunque un poco de gracia sí que me
hizo-; pero da igual, alguien que suelte tan magna perlita literaria no es
merecedor de oídos tan finos como los de ella. “Entre bomberos no se pisan la
manguera…” ¿y ahora qué maldito bastardo? Mira como le regalas los oídos con lo
que quiere escuchar, como sabes por donde entrarle y que decirle; y ella, encantada
de la vida con tus halagos y tus genialidades… Empiezo a pensar que te
equivocaste adrede de muñeco para quitarme de en medio y poder estar a solas
con ella, sin rivales que te molesten. ¡Toda para ti! ¡Quitemos de en medio a
la competencia! ¡Mandemos a los extraterrestres
para que los abduzcan! También sé, que
serás tú, el que el último día de rodaje, le entregue el ramo de flores cuando anuncien
que ya ha terminado la película.
¿Dónde se ha visto que el meritorio de producción le entregue el ramo de final
de rodaje a la actriz protagonista? Bueno sí, yo mismo lo hice una vez, pero
ese no es el caso. ¡Que sepas que ella me regalará un mechero el último día de
rodaje! ¡Un mechero naranja superchulo! ¡Y a ti nada! ¡Un mechero que publicita
un casposo bar del centro de Madrid! ¡Un…! Bueno ya está bien, no dejo de soltar sandeces. Y es que en
el fondo lo entiendo… él es más alto y apuesto que yo, va mejor vestido, dicen
que será muy prometedor… al igual que tú, y los dos tenéis la misma edad.
Seguramente yo te parezco un viejo cascarrabias que te saca seis años, y con
él, tendrás más cosas en común de las que hablar. Además, yo, yo soy un simple auxiliar de producción
y tu, tú… ¡Maldita sea pero si él es solo un meritorio de producción!
La hora de comer en un rodaje en realidad no es una
hora, o en mi caso nunca lo es; más bien es, o a mi me parece que es, un
paréntesis en el rodaje en el que trabajas igual, o más, con la única
diferencia de que estás sentado mientras ingieres algún alimento, si es que te
puedes sentar, porque… Sea como sea, de la hora de comer en un rodaje se pueden
decir muchas cosas… Yo estoy sentado con las chicas de maquillaje y con parte
del equipo de producción, y todos tienen la atención puesta en mi. La mayoría
ya hemos comido, y estamos con los cafés. Sujeto entre mis manos un sobrecillo
de azúcar, pero no de los cuadrados, sino de esos cilíndricos y alargados, y
les cuento la historia del creador de este singular invento; y parece que el
entretenimiento de sobremesa les gusta. Les cuento, que el creador de los
sobrecillos de azúcar alargados, buscaba una forma nueva de sobre, una manera
para que la gente no tuviera que agitarlos por un lado, como siempre hacía,
para que el azúcar se acumulara en el fondo y no se derramara sobre la mesa a
la hora de abrirlos; una manera más rápida y eficiente de abrir los sobrecillos
de azúcar. Tras años de estudios y trabajo, finalmente ideó estos sobrecillos
alargados que daban solución a su complicado problema. El creador, henchido de
orgullo por su invento y alabado por la comunidad científica, rápidamente
comercializó la buena nueva; pero su sorpresa fue, que la gente, a pesar de
presentarles una forma nueva y revolucionaria de abrir sobrecillos de azúcar,
estos, abrían los sobres como lo habían hecho toda la vida, agitando uno de sus
lados. Su creador, al ver que su invento no había servido de nada, que nadie lo
había entendido, y que nadie lo utilizaba como era debido, cayó en una profunda
depresión que lo recluyó en su casa. A los pocos años, vencido por la oscuridad
y el abatimiento, terminó con su vida una mañana arrojándose a un río con los
bolsillos llenos de piedras. Real o no, la historia ha conseguido conmover a
los comensales; y se miran entre ellos, y me miran a mi a la espera de que les
revele cual es esa revolucionaria manera de abrir los sobrecillos de azúcar;
pero yo, me hago esperar. –Yo…- les sigo contando mientras me preparo para
echarle el azúcar a mi café -…cada vez que me encuentro con uno de estos
sobres, los abro como los ideó su inventor para honrar su memoria.- ¿Y cuál es
esa forma? Cojo el sobre de azúcar con las dos manos; con los índices sujeto la
parte de arriba y con los pulgares levanto los extremos. La presión del propio
azúcar hace que el sobre se raje por la mitad, liberando el contenido blanco
dentro del líquido negro. Es muy fácil, como partir una ramita por la mitad.
Los presentes sonríen ante la inocente demostración; creían que el proceso
sería más complicado. Les ha gustado la historia, y repiten la acción con sus
respectivos azucarillos y cafés.
Todos comentan alegres la jugada mientras remueven el azúcar de sus cafés; sin
embargo, yo, todavía triunfante por haber sido el centro de atención durante un
momento, y haber conseguido un rato relajado y distendido en una jornada
estresante de trabajo (todas lo son); me vuelco enseguida en mis pensamientos
hacia ella. Como me gustaría estar así de relajado con ella, abierto, hablador,
sin miedo a quedar mal, distendido, con valentía, capaz de crear un rato
agradable y ser admirado y apreciado por ello. La espío escondido entre las
cabecitas que comen rápidamente para poder echarse la siesta; pero no sé que
haría, si por algún casual, ella levantara la cabeza y me viera mirándola. Solo
acercarme, dos mesas más adelante, sentarme a su lado sin miedo al que dirán,
sin miedo a quedar como un completo imbécil, y quedarme allí, a su lado, para
hacerle más agradable la comida; ¡como me gustaría! Pero, hay un abismo entre
los dos, ella está muy lejos de mi, tremendamente apartada de cualquier lugar
al que yo pueda llegar, a la otra punta del comedor, a… dos mesas por delante
de mi.
Habría
sido un plan cojonudo, pero os aseguro que yo no tuve nada que ver con aquel
asunto. Supongo que la culpa la tuvo el café del catering que, aunque a mí me
sentó de maravilla, al orondo chófer le hizo una lavativa en toda regla. El pobre se pasó la
tarde entera en el baño, evacuando todo lo que su orondo cuerpo había retenido
durante el día. Acabó deshidratado, con un dolor de estómago insoportable,
punzante, casi inconsciente sobre la tapa del water, por no hablar ya de su elegante
traje. Parecía como si alguien lo hubiera
querido envenenar con un potente
laxante en el café, aunque os puedo asegurar que a aquel café lo que menos le
faltaba era laxante, así que el envenenador se podría haber ahorrado el veneno
y dejar que el café hiciera su proceso natural; dejar de ser envenenador para
convertirse en un simple cafetero. Aquello era un sin vivir, y el tío estaba
fatal, por lo que al final tuvimos que prescindir de él y uno de los chicos de
producción lo acompañó hasta su casa; por suerte ese no fui yo; pero al
quedarnos con un coche y un conductor menos, había que asignar a otra persona para
llevarse a la actriz al terminar la jornada. ¿Y a qué no sabéis a quién le
toco? ¡Sí! ¡A mí! Por primera vez en todo el día me sonreía la fortuna, y yo no
había hecho nada, os lo juro. Pero todavía tenía que pasar toda la tarde para
que ella se subiera a mi coche; y la tarde pasó sin pena ni gloria, sin nada
interesante que resaltar, ¿o sí? Bueno, da igual, voy a omitir esos momento
para pasar directamente al momento en el que ella, y yo, estamos juntos en el
coche. ¡Mierda no puedo! Si que hay que contar una cosa; no es importante, pero
hay que contarla. Lo siento amiguitos, tendremos que esperar… Lo más resaltado
de la tarde, que no es moco de pavo, fue la pinchada sobre el horario previsto
que nos hizo terminar una hora más tarde. Creo que en vez de acabar a las ocho,
acabamos a las nueve, más o menos; recuerdo que ya empezaba a oscurecer. Todo
un coñazo. La causa de este retraso como mínimo es curiosa de mencionar; nos
encontrábamos en el último plano de la última secuencia del día; como se suele
decir: “grabamos este plano, y cremallera”; pero el destino nos aguardaba una
cremallera muuuuy larga. Teníamos un personajillo en el rodaje, una chica
menuda y bastante atolondrada que siempre iba cargada con un cronómetro a modo
de palabra de honro, y una ristra de bolígrafos de todos los colores habidos y
por haber, incluso de los que todavía no están inventados; Una chica pizpireta
que, siempre se equivocaba preguntado por el set cuando en verdad quería
preguntar por el combo. El combo es donde se colocan los monitores para
previsualizar la escena y el set es donde transcurre la escena; lo que sea. Una
chica que, al final del rodaje, se hizo querer por todos con sus ocurrencias y
disparates, y que en ocasiones hacía la función de script, y en ocasiones se
dedicaba a entretenernos. Pues sentados en el mencionado combo, se encontraban
el dire de foto y nuestra atolondrada script, contemplando el plano ya
iluminado, ya preparados para la acción. Yo me encontraba detrás de ellos
cantando por walkie los últimos
retoques necesarios para acabar el día, y entonces, ella -la script, no ella,
ella- se dio cuenta del inmenso fallo garrafal que habían cometido los chicos
de iluminación; mis amigos los eléctricos -Este plano es muy bonito- dijo. Y no carecía de razón,
pues a la sala en penumbra y llena de niebla con olor a fresa, le entraba un
focazo por el ventanal que escupía un chorrazo de luz blanca directamente sobre
la cara de la actriz. Un plano de contrastes lleno de sutilezas… -Pero…- siguió
diciendo -¿Este plano no era noche? ¿Por qué está iluminado como si fuera día?-
Todos nos miramos sin saber muy bien que contestar. El dire de foto se mantuvo en sus trece defendiendo su posición; no
quería ver el error, y alababa la magnificencia de la luz mientras el resto del
equipo enseguida echamos mano de la orden de rodaje para comprobar lo que decía
la script; y… efectivamente, tenía razón, ese plano tenía que estar iluminado
como noche. Cagada importante. Cosas como estas, hacen que en vez de terminar
un cuarto de hora antes, terminemos una hora después, y el final de jornada
viene acompañado de un sin fin de carreras de última hora para solventar el
error para terminar cuanto antes y no tener que pagarnos horas extras. Al final
nos las pagaron; y el plano fue una noche no tan preciosista como lo había sido
de día, sin embargo, ella, seguía estando genial fuera día, fuera noche…
Se nos hizo más de
las nueve de la noche, y aunque las farolas aún no estaban encendidas, acerqué
el coche a la entrada del hospital para que ella no tuviera que andar por
aquellos andrajosos caminos llenos de matorrales y desperdicios humanos. Esperé
a que saliera; y en el poco tiempo que tenía entre que yo acercaba el coche y
ella salía de vestuario, aproveché para limpiar las inmundicias que mi vehículo
acumulaba: una cajetilla de tabaco vacía, una lata a medio beber, el envase de
plástico del sándwich del corte para bocadillo, un vaso de café, el periódico
que hacía dos días un figurante con frase se había dejado… muchas cosas. Mal
por mi parte -todo hay que decirlo- porque debería tener el coche
impoluto sea quien sea el que suba en él
pero, como a los figurantes especiales eso les da igual, y a mí también, pues…
Pero cuando se trata de ella… lamería con mi
propia lengua las llantas de los neumáticos con tal de que su majestuosa
carroza reluciese como el oro -¡qué asco!- Ella no
lo ha pedido, y ni siquiera le importan esas exquisiteces; pero por ella, lo
que haga falta. A lo único que no llegué, fue a echarle un poco de ambientador
con olor a limón a los ventiladores del coche, y poner el aire a toda potencia
para eliminar cualquier rastro de mal olor o resquicio de tabaco. Yo sabía que
ella fumaba, tabaco de liar, y aunque violaba unas de las normas principales: no dejar fumar ni a los actores ni a mi mismo cuando se hace un
traslado; por ella, me lo salté a
la torera y le permití fumarse un cigarro; pero ella no lo había pedido, y no
lo iba a hacer por respeto a mi. No me equivocaba cuando decía que era
ESTUPENDA. Esta fue toda la conversación posible al inicio del viaje, y
enseguida el cansancio de la jornada se vio reflejado en sus ojos medio caídos,
y en su postura recostada sobre el asiento del copiloto. Otro tipo de actriz se
hubiera sentado en el asiento de atrás y directamente se habrí sobado, pasando
por completo de mi, pero ella… ella me hacía compañía.
Que vulnerable y frágil se te ve en este momento, tan humana y desconsolada en
tu cansancio, viendo los coches y el paisaje pasar a toda velocidad, perdida en
el confort hipnótico de tus pensamientos, en el colchón de dejar la mente en
blanco y que por ella cabalguen a toda velocidad los recuerdos de tu
subconsciente. ¿Quién estuviera dentro de tu cabeza para conocer tus miedos y
espantarlos; para saber lo que te hace reír sin motivo aparente? Pero la M-30 nos aguardaba todavía la ultima sorpresa de
la noche. No hacía falta poner la radio, no necesitábamos música que nos
ambientara; el ambiente ya era de por si acogedor, no nos hacía falta nada más.
Y en ese momento, me vino a la cabeza las palabras de mi madre: “hijo mío, nunca te enamores
de una actriz”; grandes consejos adaptados
a los nuevos tiempos; esos sabios consejos que dan las madres y que, como no, siempre
son ciertos... Pero tal cual me vinieron las palabras, tal cual se fueron. Mi
pensamiento se vio interrumpido por el inminente accidente que iba a ocurrir a
escasos metros de nosotros. Un camión, de estos no muy grandes, de los que
circulan por dentro de la ciudad, que creo que incluso solo tienen dos ejes,
pero una rueda más en cada eje (se nota que no tengo ni puta idea de coches, ¿verdad?);
pues a uno de esos, de repente, sin motivo alguno, se le sale disparada una de
las ruedas traseras. La rueda vuela por los aires y se pierde en el arcén
derecho de la carretera. Aunque aquello nos pilla
por sorpresa tanto a mí como al coche de al lado, la distancia que nos separa
del camión nos permite reducir considerablemente la velocidad, e impedir males
mayores; mientras el camión se tambalea sin control y a sus anchas de un lado a
otro de la vía, nosotros, espectadores de lujo de un autocine improvisado, no
podemos hacer otra cosa que disfrutar del espectáculo que el televisor en que
se ha convertido el parabrisas de mi coche nos ofrece en vivo y en directo. Mejor que el 3D, mejor que
la película que estamos rodando, porque la adrenalina nos sube hasta la cabeza
ante el peligro real de una dolorosa colisión. Todo ocurre apenas en cinco
segundos, pero tiempo más que suficiente para hacer del momento un
acontecimiento extraordinario y una anécdota merecedora de ser comentada al día
siguiente en el rodaje. La segunda rueda del mismo eje sale dispara en la misma
dirección y el conductor pierde totalmente el control del vehículo. Por fortuna,
mi atención, y la del conductor de al lado, han permitido que el camión tenga
espacio suficiente para volcar, que es lo que va a pasar, pues la carga se debe
haber soltado y el carrozado se tambalea en un frenético desequilibrio que en
algún momento tendrá que parar; y aunque los coches de atrás nos pitan porque
hemos reducido la velocidad considerablemente, ellos no ven el espectáculo que
vemos nosotros. Finalmente, el final que estaba escrito desde el principio,
ocurre, y el camión cae ladeado ocupando el carril derecho. Nos apartamos a un
lado de la carretera y la tensión sube al máximo al ver que el conductor no
sale de la cabina. Le ordeno a ella que se quede en el coche y no salga. Yo
ordenándole a ella ¡Ja! Pero lo último que quiero ahora es que le pase algo.
Ahora mismo soy el máximo responsable de su estado y si algo le pasara no me lo
perdonaría nunca, y mañana directamente estaría despedido. El conductor sale de
la cabina temblando, más preocupado porque sus jefes lo van a crujir por el
destrozo del camión que de haber salvado su vida por los pelos. Varias personas
se quedan con él y la policía y una grúa no tardarán en llegar, así que, puedo
seguir tranquilamente mi camino. Subo al coche y nos ponemos en marcha. No
podemos dejar de comentar lo flipante
que ha sido la situación -aunque la conversación tampoco da para más de veinte
minutos, no os vayáis a creer-. Estamos tan excitados que no podemos dejar de
hablar, y es tal el momento de conexión entre los dos, estamos tan relajados,
que incluso me atrevo a poner el aire acondicionado para calmar el color rojizo
de las venas que tengo a flor de piel, y me olvido por completo de que el coche
estaba a punto de entrar en reserva. Y justo, al momento, se enciende el
acusador pilotito rojo con forma de surtidor de gasolina. Por suerte ella no se
ha dado cuenta, pero yo sí, y no dejo de sudar pensando que no vamos a llegar a
su casa y nos vamos a quedar tirados en mitad de la carretera y voy a tener que
llamar a un taxi y va a ser todo tan vergonzoso y poco profesional. No paro de
sudar y eso que tengo el aire puesto. Pero ahora no me atrevo a quitarlo; el
cambio de temperatura se notaria demasiado, y ella no se ha quejado, todo lo
contrario: lo quería, pero no se atrevía a pedirlo; y si ahora lo apago… no
querría hacerla pasar por el mal trago de tener que pedírmelo de nuevo.¡Ay
madre cómo voy a cagarla! ¿Y si pongo la radio? Ya hemos dejado de hablar del
accidente y ahora a lo mejor el silencio la incomoda. ¿La pongo? ¡Uf no paro de
sudar! No, espera; se está volviendo a quedar dormida en el asiento, eso es que
está relaja, está bien; no hace falta la radio. Si la vierais dormir como yo la
veo… Desnuda, sin un ápice de suciedad,
enroscada en una fina sábana blanca, fresca por el rocío de la mañana. Apenas
una tela que abraza la sinuosidad de su cuerpo insinuando su figura recién
despertada de la infancia, que la acaricia con la extrema cautela de quien no
quiere perturbar la belleza. Y me deslizaría como el más sigiloso de los
intrusos entre los pliegues de tu ropa dejada en el suelo, para que el recuerdo
cercano de tu almizclado olor sea el entremés de un gran banquete. Te abrazaría
y me pegaría a tu espalda para que mi respiración se acompasara a la tuya, y el
latido de tu corazón se convirtiera en el pulso de mi vida. Exploraría a
conciencia cada vello de tu piel para encontrar tus secretos mejor guardados y,
quedarme allí; mientras, nuestro futuro, se escribiría con sudor en el papel
pintado de las paredes de la habitación. En fotografías viejas se vería nuestro
primer beso, nuestra primera mirada de complicidad, nuestra primera noche en la
orilla del mar, los secretos susurrados al oído, las tardes de domingo bañados
por el sol, las promesas de envejecer juntos, de niños corriendo por los
pasillos de nuestra primera casa donde todo era posible, lo malo y lo bueno, lo
fácil y lo difícil, nuestras manos anudadas, nuestros ojos añorándonos por la
distancia, el recuerdo olvidado de tu incontrolable risa llenando el dormitorio
en el que nos quitábamos la piel, tus cansados ojos cerrándose mientras apoyas
la cabeza en mi marchito pecho y nos dejamos ir; mientras, en un lugar lejano del mundo, recuerdan nuestra
historia como la historia de amor más grande jamás contada. Y entonces… en el
momento justo en que te encuentres en la línea entre la vigilia y el sueño, me
acercaré en silencio, y simplemente rozaré con los labios el escondite que
protege con recelo el lóbulo de tu oreja, y… te dejaré dormir.
¿Ya
hemos llegado? Sí, esta es su casa. Parece que esta vez el GPS nos ha traído a
la primera y no se ha equivocado ni una sola vez. Cuando más prisa tienes, es
cuando más se equivoca, y cuando quieres que te pierda, es cuando acierta a la
primar; no hay quien los entienda. No os he hablado de la relación entre el GPS
y el auxiliar de producción -que es muy estrecha- pero ya no hay tiempo para eso,
ahora tengo que ser valiente, decidido; tener a todos los astros apoyando mi
causa. Este es el momento, no puedo dejarlo escapar; no puedo dejar de sudar, llevo encima la coraza con la que millones de hombres antes que yo
lidiaron en las dolorosas batallas del amor. Blandiré mi espada al aire, luciré
mis galones, abanderaré con orgullo el estandarte de mi persona y mi sex-appeal –si es que tengo de eso-.
Como se suele decir: voy a ir a por todas; aunque esta noche, solo vaya a por
una, a por ella… Despierta de su breve
sopor y me sonríe. Yo abro la boca no sé muy bien si para coger aire o sacarlo
de mis pulmones. Me da dos besos rápidos y llenos de intensidad que rozan las
comisuras de mis labios y ruborizan mis mejillas, me das las buenas noches, me
ruega con educación que descanse, sale del coche, y sin más dilación se mete en
casa… Yo, aún sigo con la boca abierta…
Aquí unos segundos de
silencio, por favor, para marcar la catarsis que se está produciendo en mi
cabeza.
Sigo parado
delante de su casa.
¿Salgo detrás de ella? ¿Llamo al portal? ¿Grito su nombre a los balcones
dormidos? ¿Grito que pasaré la eternidad a su lado y que nunca la soltaré de la
mano…?
Finalmente vuelvo
a encender el motor del coche y me pongo en marcha. Vuelvo a ver el cojonudo
pilotito rojo de la gasolina, pero ya me da igual, aunque ya va siendo hora de
parar en una gasolinera. Bajo la ventanilla para que el poco aire que sopla
esta asfixiante noche de verano me pegue en la cara. Por fin puedo disfrutar
del cigarrillo que le he podido gorronear a uno de mis compañeros, y respiro la
noche; mientras, el delgado humo huye de mí por el hueco de la ventana, y
pienso que, no es lo único delgado y etéreo que se me ha escapado esta noche.
Enchufo la radio, y suena aquella canción que os comenté, la que me hubiera
gustado que sonara cuando ella y yo estábamos a solas en el set del quirófano,
y que no podía cantar porque no tenía los derechos de autor, pero ahora –es
curioso como funciona esto- yo si puedo oírla pero vosotros, aún necesitáis los
derechos de autor.
Me adentro en la
espesura de la ciudad, dejando atrás todo lo que podría haber sido y no ha
sido; todo lo que es y nunca será. Y me repito a mi mismo, cantando en silencio
una letra medio inventada, convenciéndome una y otra vez de la misma mentira,
convenciéndome de que… es noche fría para ser agosto, no
se está ya como en casa.
No puedo
decir que este sea el fin, todavía nos quedan tres semanas de rodaje.