viernes, 19 de octubre de 2012

SEGUNDO TORO


Como resuenan los martillos en el frío de la noche… porque… debe ser de noche. Una noche larga, muy larga, demasiado larga. No entiendo por qué el sol no ha salido todavía, ¡y tanta negrura, tanta oscuridad… cae con aplomo sobre mis poderosos hombros! Me hace cobarde, me hace temeroso, y no me pregunto dónde estoy, porque, no puedo preguntármelo. Un gusto metálico, de bronce viejo, excitado, de la mano de una cascada de piel temblorosa, se queda pegado en el paladar de mis oídos, como fantasmas olvidados berreándome un aviso; un aviso que no entiendo. Si no es de noche, al menos es oscuro y fresco, pero hace un momento, un largo momento, era placentero sol bajo la sombra de un árbol viejo. Delante de mí, de par en par, se abre una luz cegadora que inunda el angosto espacio: -la salida- supongo, -el campo- espero; y mis patas delanteras, inquietas, no aguantan más en este cautiverio; pero mis cuartos traseros, incrédulos, reculan torpemente chocando contra una pared de metal. Mis pezuñas, contra el débil acero, no son rival para los atronadores martillos cuyo sonido, al abrirse la puerta de luz, ha aumentado de sabor metálico a presión aplastante que cruje mi cráneo. Sí, es la única salida, pero no veo lo que hay más allá de la luz, y sigo sin poder preguntarme dónde estoy.
Una punzada seca, desde las alturas, intensa; una picada aguda que se regodea durante un par de segundos en mi espalda, y deja entre mis escápulas, un pequeño agujero del que emana sangre fresca. Del agujero, algo cuelga, algo se ha quedado enganchado a mi piel, algo que apenas se mueve por el trotar de mis patas. Está bien cogido, y no hay manera de quitarlo, no hay extremidades en mí lo suficientemente largas como para deshacerme del insistente intruso. La herida es superficial, pero escuece con rabia. No me esperaba para nada esta repentina                 , que me saca del sopor de mi miedo y me hace salir disparado, encabritado, con los pitones por delante; y sin darme cuenta, me veo engullido por el intenso resplandor que viene de la salida. No veo nada, absolutamente nada, solo luz, y embisto el aire en busca de un enemigo invisible… Pasa un segundo, dos… corro hacia mi derecha persiguiendo el débil rastro de un olor joven y poco conocido… Tres… mis orejas buscan como locas el origen de los ensordecedores martillos; pero los martillos, vienen de todas partes… Cuatro… cabeceo con ímpetu para deshacerme del incómodo blanco de mis ojos... Y cinco… la luz se disipa lentamente; por fin el mundo se deja ver ante mis ojos; pero, hay demasiado aire, demasiado espacio a mi alrededor; espacio ocupado por el arenisco polvo que mis patas han levantado. El trote ha sido corto pero intenso, y un jadeante sudor empieza a recorrerme la venas. Me detengo, y mis abombados ojos escudriñan el paisaje; por delante, a los lados, hacia atrás… Una montaña de piedra, terrosa, de alaridos acompasados, me rodea por completo y no veo ninguna escapatoria.  Todo lejano, todo desenfocado, pero hacia mí, una figura silenciosa de tallo fino y largo, enjuto árbol engalanado en una corteza de agua chispeante, se acerca cauteloso; y tan cerca se halla, que consigo distinguirlo como al más tierno de los brotes; pero tanto se acerca, que vuelve a convertirse en una borrosa línea amenazadora; y aunque no huele a árbol, despliega un espeso ramaje, frondoso, bajo; de caduco color castaño, que arrastra por los pies, por los lados, lamiendo la arena yerma, con nostálgico lamento… Nunca vi, árbol igual. Lo que era fino tallo, ha aumentado de tamaño y ahora es casi más grande que yo. Me amenaza y me gruñe; tiembla su aleteada copa e intenta golpearme con ella; me ataca, lo embisto de frente, pero es más rápido que yo. Me esquiva, retrocede, vuelve a provocarme, no ceja en su empeño, incluso vuela por los aires, e intento cornearlo en su ascenso. Sin saber cómo, me ha hecho rodearlo por completo, pero le he herido de muerte, y desaparece; vuelve a ser fino tallo que se aleja.
Suenan con ímpetu renovado los martillos en el aire, martillos de muerte. Tengo que parar un segundo para tomar aliento y levantar con la pezuña el polvo que cubra mi siguiente embestida. Ha muerto el árbol, pero quizás el peligro no. La boca me sabe a tierra, y aunque el sol es cegador, dependiendo de cómo lo mires, es un sol de tarde que calma los instintos. La poca sangre de mi herida, todavía ocupada por el afilado intruso, empieza a resecarse en una mezcla pegajosa de sudor, arena y sangre; y si antes no podía preguntarme dónde estaba –y sigo sin poder preguntármelo-, ahora, además, no puedo preguntarme qué está pasando.
Un nuevo adversario; esta vez una bestia, no un árbol; y su olor es muy parecido al mío, pero en él se palpa más contundentemente la sustancia del miedo. La bestia y el árbol van de la mano; monstruo de pesadilla envalentonado, y yo, a mis miedos, los ataco. Mis nervios encrespados no me dejan pensar claro, nunca he sabido hacerlo, yo solo entiendo el lenguaje de los cuernos. No me mira ni ataca, solo me espera de lado, ciego y mudo, y su larga vara me grita. Me lanzo a trote ligero, acelero, y clavo las puntas de mis armas en su gruesa piel acolchada. La colisión es contundente y rápida, y en mi espalda siento una nueva punzada, cerca de la anterior, que, más que punzada: puñalada, y la siento en mi lomo como un asta clavada. Esta no es como las bestias de mi casa: no berrea, no dice nada; no me embiste, no se defiende… tan solo aguanta con estoica perseverancia el empuje de mi estocada.  Y ahí estamos los dos: bestia contra bestia, empujando el peso de carne regia, sin embargo, la herida, sigue en mi espalda. Mi afilada cornamenta no es capaz de atravesar su curtida coraza. Tampoco vi ni ataqué bestia igual. Me sigue hiriendo con insistencia, perforando la carne en un solo punto, parece que lo haga a conciencia, lo que encabrita más mi espíritu, y, viendo que no habrá ni vencedor ni vencido, que aquí soy yo el único herido, dejo de embestir, y desisto. 
El árbol vuelve con colores aún más vivos; y no sé si es el mismo árbol renacido o uno nuevo que ha venido a ayudar a la bestia; pero su ramaje bajo, ese que degusta con paciencia el sabor de la arena, ese que increpa con descaro mi hocico y tiembla con mis bufidos, ese que… molesta y persiste, realiza en su ataque los mismos movimientos de antes, sin embargo, estos, son distintos. El empeño de mi corneo y la intensidad de mi cabeceo es siempre el mismo; nunca he sabido dosificar mi energía, nunca he sabido que es eso, pues en la lucha no hay término medio: o lo das todo hasta que ves a tu adversario muerto, o aguantas su bravura hasta que uno de los nuestros detiene la pelea; pero aquí estoy yo solo, sin antiguos compañeros de juego, y rodeado de un martilleo que cala hasta los huesos. Aunque mi empeño sea el mismo, mis fuerzas han empezado a abandonarme; y esta nueva herida es más profunda que la anterior, y más grande, y en silenciosos borbotones, sin pausa, la sangre todavía caliente mancha la curvatura de mi lomo. Este maldito no se está quieto, y me está poniendo muy nervioso. No me hiere como los otros, pero no deja de acercarse; y mis reflejos me traicionan, o es que son más listos que yo, y cuando la copa caída del árbol tiembla, mi cabeza reacciona al temblor, responde al movimiento y se prepara para el peligro; pero como el árbol no ataca, mi cuerpo tampoco lo hace. Y cuando se frota con burla contra mi hocico, sin apenas pensarlo, mis cuernos salen por delante. Cuando voy a embestirlo se aparta, huye, no me planta cara, y sin embargo siempre vuelve a por más. Está consiguiendo lo que quiere –si es que es esto lo que quiere-, y cada vez me pone más tenso, torpe. Mis ataques se vuelven vagos y poco certeros, y tal es el caso que, me confunde y me ciega por unos segundos, y mis pezuñas ya no responden como antes, ya no responden tan bien, y tropiezo con la arena dando con mi morro en el suelo. No ha sido un tropiezo mortal, pero está claro que estoy cansado y las fuerzas empiezan a fallarme, pero tengo que continuar, no puedo dejarlo. Mejor me quedo quieto ahora que el árbol se aleja. Lo he vuelto a vencer; y el trepidante martilleo pierde fuerza dentro de mí, a la vez que se funde con el sonido hueco de mi respiración, resonando con temblor por todas las cavidades de mi cuerpo.          
Aquí  hay más de uno, y no me refiero a la bestia que hace ya un buen rato que huyó, sino a que hay más de un árbol; y cuando, creía que era el mismo el que una y otra vez me increpaba y me amenazaba, y nunca se cansaba en su empeño, en verdad eran varios lo que me tenían y me siguen teniendo acorralado. Ahora, ni se mueven ni se acercan. Los veo por los lados y se mantienen en la distancia, a la espera, y un nuevo árbol, endeble y escuálido, con andar de gallo, aparece y se detiene delante de mí, lejos, también a la espera. Está muy lejos, por lo que no supone ni una amenaza ni un peligro, pero por si acaso, mi cuerpo, se prepara para cualquier cosa. Es así, es mi instinto, no soy confiado, y puedo oler el dolor y el miedo. Aunque no hace calor, mi cuerpo está caliente, ruborizado por la sangre que corre por las venas de cada uno de mis rincones. El sudor forma una fina película que cubre mi piel, y mi corazón, bombea con fuerza, y noto el latido desesperado de las heridas de mi lomo; entonces, el endeble árbol, levanta sus pitones. No tiene ramaje como los otros, sino dos largos y finos cuernos que me miran atentos; e intentan clavarse en mis ojos para humillarme. El árbol se ha vuelto agresivo, y no tengo más remedio que atacarlo antes de que él lo haga primero. Corre hacia mi con sus armas bien altas y desenfundadas, yo, con las mías por delante dispuesto a vencerle como he hecho con tantos otros; y nadie puede evitar el inminente choque, y si alguien lo hiciera, saldría mal parado. Lo tengo a solo dos zancadas de mí, y no va a ser difícil de abatir, pues no es robusto ni grande, aunque no por ello menos peligroso y valiente, pues no duda en correr, y no se detiene, pero cuando nuestros cuerpos se van a encontrar, se aparta, ágil y rápido, y ¡Agh! Huye corriendo, cobarde, y deja sus flechas en mi espalda. Le persigo para darle su escarmiento. Me ha herido y no sé cómo. Corre el árbol y consigue esconderse, y mis patas cansadas lo dejan huir. Una nueva herida en mi escarmentado lomo que ya no puede aguantar más. Más sangre que antes, mucha más sangre que no tiene tiempo de secarse. Corro y corro para deshacerme de los cuernos que el árbol ha dejado bien clavados en mi piel; pero el trote no sirve de nada, a cada nueva zancada la herida se hace más grande, y la carne se desgarra, y no deja de sangrar. No sé ni dónde, ni qué, ni a qué, ni para qué, ni cómo lo hacen, pero ya no aguanto más, y lo único que quiero es tumbarme, descansar, dormir bajo la sombra de un buen árbol y dejar que mis heridas se curen; pero para ello, tengo que salir de aquí y no me dejan en paz. Y vuelven los martillos, y vuelve mi hueco respirar, y vuelve el árbol. Mi boca reseca, ahogada en espuma agria, no es capaz de contener mi lengua; no me queda aire con el que berrear. Esta vez no se lo piensa tanto, y con los cuernos también en el aire –quizá unos nuevos, quizá los mismos que hieren mi espalda-, me grita y me encara. Y yo sigo sin saber pensar, ni dosificar mi energía, y corro hacía él. El enemigo no está abatido ni la pelea ha terminado, y vuelve a ocurrir lo mismo de antes: lo embisto, se aparta, me clava sus cuernos, y huye corriendo; pero esta vez no lo persigo. Aprovechan el momento de mis heridas y despliegan su ramaje bajo, y me atacan todos a la vez. Es una danza torpe y ridícula, no sé a cuál de todos embestir y a todos los ataco, y sin embargo a ninguno de ellos consigo abatir… Martillos más fuertes que ya ni siquiera me importan. Solo suenan y adolecen mi cabeza; me mantienen asustado en una pelea que no creo que pueda ganar, pero no por ello mis patas dejan de correr.
Por un momento me quedo solo. Y aunque algo dentro de mí ya me ha abandonado, corro contra las esquinas de mi cautiverio buscando, atacando, buscando algo a lo que atacar, o un lugar donde esconderme, pero no hay esquinas en esta pradera donde poder ocultarme; y suelto una remesa de rabia y dolor contenido en un intento final por vencer, por escapar, e irremediablemente me canso. Me canso de embestir el aire, de correr sin principio ni final, ya no me importa ni dónde estoy ni qué está pasando, solo quiero irme de aquí, huir, y correr lo más lejos posible.
De repente el silencio lo inunda todo. Todo queda en calma. Ya no queda nadie, tan solo el árbol y yo, y su ramaje, quizás este más pequeño y marrón que antes. Los cuernos del anterior árbol todavía retumban en mi cuerpo. Cuando intento atacar suben y bajan queriendo escapar de mí, y en su huida, quieren llevarse con ellos un buen trozo de carne de mi costado. Respiro con todo el cuerpo, con las patas, con las tripas, con el cuello… pero ellos siguen mordiendo incansables, insoltables, inconsolables… Una lengua de agua de plata me mira; fijamente clava su mirada temblorosa, y en una espera infinita levanto el polvo de mis patas… El árbol me grita una vez, me grita dos veces; no necesito nada más y, corro hacia él mientras su ramaje intenta asustarme, pero yo no me dejo intimidar, y el muy cobarde vuelve a huir; pero, un dolor insalvable me atraviesa de arriba abajo; me atraviesa la piel, la carne… y mis órganos se constriñen con el vibrante baile de la lengua de plata dentro de mí. Los martillos lo dan todo por reventarme los oídos. Yo no me estoy quieto corneando al enemigo ignorante que es el aire, ella, con cada sibilino andar, me corta aquí, me corta allá, y ya no veo al árbol, el árbol está dentro de mí. Algo dentro de mi pecho, caliente, empieza a inundarse. Un borboteo ronco sale de mi boca, y por un momento, ni veo ni oigo ni siento nada. Y entonces, una contundente cascada de sangre brota de mi boca; viene de lo más profundo de mí, de dentro de mí, y ensucia mi morro, mi hocico, por el que caen hilillos espesos de sangre, y reseca las comisuras de mis labios, embebidos en la sustancia pegajosa que es mi saliva, saliva fugitiva por un lametazo de agua. Huele a hierro, sabe a hierro, se oye a hierro. A mis patas se le han olvidado lo que tienen que hacer, y el afilado intruso sigue dentro de mí, ha venido para quedarse, y mis pezuñas ya no soportan mi peso y caigo desplomado con toda mi panza sobre la húmeda arena ensangrentada con la sangre de mi espalda, de mi boca, de dentro de mí. Intento levantarme alzando la cabeza y los cuernos, pero la lengua de plata me empuja contra el suelo; y en cada cabeceo intento robarle un poco más de aire al aire. Lentamente quedo de lado, cansado, muy cansado, y mi respiración ya no es respiración, es borboteo, gorgoteo, vómito de sangre… Que terminen ya.                
Y una última punzada, seca y certera, en la nuca, mucho más dolorosa que todas las demás, que me convulsiona el cuerpo y hace que un extraño escalofrío me recorra la piel… Mi pata trasera, se… convulsiona, histérica, espasmódica, sin control, y no la puedo hacer parar. Los martillos… crecen para poco a poco desaparecer. Ya no oigo nada, ni siquiera el borboteo de mi respirar. Vuelve a abrazarme el frío de la noche. Mi cuerpo se inunda de un asfixiante dolor. No entiendo, no pienso… Mi pata trasera ha muerto, los martillos se han callado, y no siento nada, tan solo el blanco resplandor en que se ha convertido el cielo, y.

sábado, 29 de septiembre de 2012

La actriz protagonista y el auxiliar de producción


D. M. Chulvi se enorgullece en presentarles una breve historia de amor casi basada en hechos reales… pero casi eh… por bien poquito; y bueno, de amor, amor… lo que cada uno entienda por amor claro está…
           
La actriz protagonista
Y
El auxiliar de producción


Ella… Ella es ESTUPENDA… Estupenda es… un calificativo que se me queda algo corto, pero bueno, por ahora puede valernos.
Para hablar de ella con propiedad, para hacerlo con la debida solemnidad que se merece, palabras nuevas habría que inventar, y tal sería la cantidad para este fin, que ellas mismas, las palabras de nuevo cuño, acabarían indigestando nuestra voluntad y matando nuestro empeño, pues nuestra condición mundana, de humildes hombres de la tierra, nunca sería capaz de saciarlas. Palabras que solamente nos elevarían -como mucho- ha ser merecedores de sus rodillas, porque –y esto de ante mano deben saberlo- nunca hombre alguno llegó a coronar con palabras bonitas y perfectas su inalcanzable cabeza… Reto este imposible que no intentaré alcanzar, pues la muerte por locura tras esa meta espera; y si con la yema de los dedos consigo rozarlo, con eso mi intento se verá conformado, y si más quisiera arriesgar amigos míos, es porque muerto, me habréis encontrado. Ella… tiene el pelo salvaje y ondulado, dejado caer sobre los hombros, como el niño rebelde que se queda dormido en el regazo de su madre. Su tez pálida, blanca, que en contraste con la pureza negra de su cabello, resalta las facciones más infantiles de un rostro todavía por terminar… un rostro carente de las heridas que el amor ciego deja en el corazón, del amargo recuerdo de días imposibles, de las imágenes ingenuas del pasado… un rostro, carente también, de los retoques necesarios para convertirla en la perfecta señorita de los años 70 que es. Maquillaje para ruborizar sus mejillas, maquillaje para perfilar sus labios, maquillaje innecesario para su perfecta sonrisa… Su sonrisa… ¡Ay su sonrisa! ¡Tan solo puedo enmudecer ante ella! Da igual cómo os la describa, ¡da igual como os la cuente…! Cuando ella sonríe, todo lo demás da igual. El tiempo se detiene, el corazón más oscuro se ilumina, el suelo más yermo se convierte en vergel...
Frases todas ellas muy manidas y utilizadas, lo sé, pero inequívocamente ciertas, y por eso, no me avergüenzo en escribirlas.
Cuando ella sonríe… las bombillas de los espejos implosionan en un CRUJIDO de temor, y entonces, en el más calmado de los silencios, miles de cristales se esparcen por el aire y forman un abanico de chispas fugaces que agónicas mueren en la oscuridad… La sala queda en silencio; queda en penumbra; y lo único que brilla con luz propia, es su rostro…  Sus “buenos días”, siempre acompañados de una hilera blanca de amabilidad, consiguen alegrar la mañana hasta al más escéptico de los trasnochadores. Por eso, aunque uno haya pasado la peor noche de su vida, o por muy jodidamente que haya amanecido, nunca escapará del milagroso remedio que es su cortesía matutina. Cuando la veo hablando y riendo a primera hora de la mañana con las chicas de maquillaje, no puedo controlar las comisuras de mis labios, y estas, tímidamente, se alzan con voluntad propia para formar una mueca de felicidad en mi cara. Ante ella, el perfecto estúpido enamorado que soy… “Falta papel higiénico en los baños”, me dicen por el walkie.
¿Veis lo que os decía? Es imposible describirla con palabras. ¡Qué oportunos joder! Además en un doble sentido, pues por una parte han profanado mi fantasía matutina –que todo hay que decirlo me estaba saliendo cojonuda- y por otra parte me han hecho consciente de la imagen tan ridícula que estoy dando ahora mismo: de pie, inmóvil, en el quicio de la puerta, cargado con una caja de aguas, y sonriendo a un puesto de maquillaje ya vacío. Muy estúpido. Aquí ya no me queda nada más por hacer. Dejo la caja de aguas en el suelo, a ella continuando con su cháchara de buena mañana, y me dispongo a cumplir mi siguiente mandato. 
Básicamente mi trabajo consiste en esto. Me encargo de que:
-no falten aguas para el equipo;
-de que todo esté limpio;
-de que haya bolsas de basura suficientes;
-de vaciar las bolsas antes de que estas rebosen;
-de controlar el catering y mantenerlo ordenado;
-de cortar el tráfico de coches y peatones durante   las tomas;
-de que nadie destroce nada;
-de procurar lo que se necesite;
-de ayudar a subir y bajar material
-de que siempre haya jabón en los lavabos;
-de tirar cables cuando sea necesario;
-de poner moqueta en los camerinos, de poner   moqueta en vestuario, de poner moqueta en todos   partes…
¡Vamos! Un vecorreydile en toda regla. Quizás un vecorreydile con un puntito más de experiencia por eso de llevar el pomposo grado militar de auxiliar, pero os aseguro que la diferencia entre el meritorio de producción y el auxiliar es mínima; tan mínima es, que ni siquiera llevamos galones que nos distingan. Una vez oí a un eléctrico definir muy bien la función del auxiliar de producción. Se quejaba, y con toda razón, de que estaba hasta los mismísimos huevos de limpiar la mierda que los demás dejaban en su camión, como botellas de agua medio bebidas o vasos de plástico de café… Pues ese es básicamente mi trabajo. Pero antes de hacer todo esto, lo primero de todo, es recoger a los actores. Llevar actores a veces tiene sus ventajas, pues aunque está totalmente prohibido fumar en el coche cuando se hace un traslado, siempre te acaban contando cosas útiles e interesantes para tu frustrada carrera de actor; o básicamente te enteras de nuevos proyectos en los que quizá haya posibilidades de trabajo. Lo malo viene cuando te toca recoger a algún actorzuelo o actorzuela que no lo conocen ni en su casa a la hora de comer. Y encima estos se creen lo más porque piensan que están actuando en la última “película” de Shakespeare; y en el fondo están sentados en mi coche solamente porque son guapitos y quedan bien en cámara, para que luego, además, sean más malos que la leche agria; y a ti te jode, con razón, porque perfectamente podrías haber dicho sus dos frases de mierda y así la productora se habría ahorrado el contrato de un figurante pretencioso, y los de producción no tendríamos que haber hecho una recogida a las siete de la mañana en la calle más escondida, peatonal y difícil de acceder de todo Madrid. A esta gente a veces los llamo “un 41”, dependiendo de lo bien que me hayan caído. Los 41 son personajes pequeños, de un par de frases, que se les asignan los números más alto en función de la cantidad de personajes que aparecen en el guión. Por eso el 41. Morralla. Actores que se creen que van a vivir todo tipo de anécdotas interesantísimas durante su única jornada de rodaje, y que estas van a ser las más fascinantes de todas… Como se nota que no llevan cuatro semanas de rodaje a sus espaldas como nosotros… Sin embargo, a ella, por desgracia, nunca me había tocado recogerla o llevarla a casa. Los productores siempre en su infinita sabiduría, habían decidido poner un chófer solo para ella. No sé muy bien a qué se debía esta decisión, ni a quién se le había ocurrido, pues a la productora no es que le salieran precisamente billetes de 100 euros por las orejas. Supongo que se decidió por la importancia de su papel, o porque era la única actriz que iba a estar todos los días en rodaje, o para asegurarse de que nunca llegara tarde, o vete tú a saber. De lo que estoy seguro, es de que ella no había pedido ningún tipo de privilegio. Ella no es de ese tipo de actrices; que os aseguro que las hay. Ella rezuma simpatía y profesionalidad por todos los rincones de su piel. Nunca puso un problema, nunca se quejó, nunca estuvo disconforme con nada… todo lo contrario; siempre se acoplaba a nuestras necesidades, estaba dispuesta a sacrificarse, a esperar, a echar una mano si hacía falta con tal de facilitarnos el trabajo, y eso sí, siempre lo hacía con una sonrisa en la boca. Puede sonaros ñoño y falso que sonriera tanto, pero es que así era, siempre iba acompañada de una sonrisa. Incluso en los momentos en que interpretaba una situación dramática, podías intuir que sonreía por dentro. Su chófer, un tipo gordo y desagradable, algo arisco y asocia, se pasaba el día entero apoyado en la puerta del coche bebiendo café. Por nada del mundo hacía el amago de ayudar a quien pasara por su lado, por muy cargado o apurado que lo viera. Él, de lo único que tenía que preocuparse, era de no mancharse la ropa con el café que se le filtraba por los gruesos pelos de la barba. Siempre venía vestido con una camisa rosa, unos pantalones caquis y unos zapatos no muy desgastados. Aquel atuendo era lo que él entendía por elegante; y así venía estipulado por contrato: “vestido bien has de venir, si con el coche, que vas a conducir, desentonado no quieres ir”; exigencia esta, cabe decir, que ella nunca había pedido. Esas cosas a ella no le importaban. ¡Era tan humilde con los demás...! ¡Es!
Colocar los rollos de papel higiénico no me lleva más de cinco minutos: ir al camión de producción, coger unos cuantos rollos de papel, repartirlos entre los baños, echar un poco de ambientador… pero ya que estoy aquí, aprovecho y limpio el suelo del pasillo. Para realizar esta, mi siguiente labor, tengo que volver a salir del edificio para coger la lejía, la fregona y el cubo de fregar que permanecen desde el día anterior en el camión de producción; situación esta, que indica claramente, que ayer se nos pasó por completo limpiar los baños al terminar la jornada, y por eso, ahora el suelo presenta una película de huellas humanas compuestas por una mezcla de suciedad, agua y orín. Para los baños tenemos una lejía que más que marca blanca parece amarilla, porque nunca vi, ni precio tan barato, ni eficacia tan poco probada; solo digo, tampoco es que esto importe mucho. Salir al camión de producción no supone un viaje muy largo. ¡Para nada! Pero ahí reside la diferencia entre un buen o un mal auxiliar de producción. El buen auxiliar habría previsto que el suelo estaría hecho un asco -de hecho el buen auxiliar lo habría limpiado el día anterior- y para no tener que hacer mil viajes de ida y vuelta con la lengua por fuera, al camión de producción, habría cargado desde un principio con todo lo necesario: papel higiénico, ambientador, bolsas de basura, servilletas de mano, cubo de fregar, lejía, fregona… El kit básico. El buen auxiliar tiene que ir preparado para lo que sea, y prevenir el problema antes de que este ocurra. En este caso tampoco es que nos encontremos ante una tragedia de magnitudes bíblicas, y tampoco es que mi función principal sea limpiar los baños, pero si te los encuentras en ese estado, pues lo haces.
La verdad es que esta semana va a ser bastante tranquilita. Solo grabamos en una localización: un hospital abandonado a las afueras de Madrid. Imaginaos: cuatro plantas llenas de espacios enormes donde poder trabajar a nuestras anchas ¡y solo para nosotros! ¡Una maravilla! La semana que viene ya será más movidita, ya veréis; tendremos cuatro traslados en un mismo día, desde el quinto coño hasta el quinto pino, y encima, por calles de Madrid que en pleno agosto están hasta los topes de turistas roji-rubios, de ojos siniestramente azules, y que no se enteran de nada. Porque dime tú, cómo coño le explicas a un sueco que por favor espere un momento que vamos a grabar, que enseguida le dejo pasar, que se quite de en medio que sale en planoVänta ett ögonblick som vi kommer till post, Jag lämnar omedelbart passet, Ta bort näsa kon, som kommer i plan… y entonces me miran flipando porque, lo que les acabo de decir, ni por asomo se acerca a lo que he escrito en español, y piensan: ¿Qué coño dice este del cono, la nariz, el correo y el pasaporte…? Más majos los suecos. Si no recuerdo mal, creo que un día tenemos como cincuenta figurantes… ese día sí que va a ser divertido. ¿Cómo se dirá figurante en sueco? Bueno, a lo que estábamos, esta semana, de lo único de lo que me voy a preocupar, es de que la mierda que el propio hospital ha acumulado durante años, ni se coma al equipo técnico, ni se esparza por los múltiples sets en los que vamos a rodar; eso, y controlar también que nadie se pierda en este laberinto clínico de pasillos sin fin y escaleras que no llevan a ninguna parte, aunque para eso ya me cubrí las espaldas a tiempo y me pase una noche entera colocando por todas partes cartelitos con indicaciones para que la gente no se perdiera. Indicaciones de set, salida, ascensor, catering… todos los puntos de interés necesario, eso sí, escritos todos ellos con una letra imposible de descifrar. ¡Ay esa magnifica cartelería que siempre acaba en el suelo por mucho celo que le pongas, que nadie se digna a leer cuando está trabajando porque no tiene tiempo que perder, que irónicamente acaba siendo la causa principal del absentismo laboral en un rodaje…¡ ¡Esa cartelería, de la que también se encarga el auxiliar de producción!
¡Ya está! Los baños y el pasillo han quedado relucientes, solo falta que se sequen y estarán como nuevos; pero como nunca nada, sale como uno espera, justo cuando le estoy dando la última pasada al suelo con nuestra sospechosa lejía de marca amarilla, por delante de mí, pasa zumbando un desconsiderado eléctrico cargado con un trípode en el hombro y una bandera negra en la mano. Las grandes pisadas de sus enormes botas son más que evidentes. No es que el eléctrico sea un desconsiderado (que muchos lo son), es que el pobre no se ha dado cuenta de que estaba fregando; y si se hubiera dado cuenta, si lo hubiera visto a tiempo, habría pisado con tanto cariño y con tanto cuidado, que nadie, nunca, jamás, hubiera sospechado que un eléctrico pasó por allí, os lo juro… o al menos se habría disculpado. Me saluda amistosamente mientras se aleja. Son buenos tipos estos eléctricos (a veces). No me puedo enfadar con él ni le puedo regañar, no porque yo sea una mierda de auxiliar sin una pizca de autoridad –que también- sino porque él está haciendo su trabajo, y a mucha honra; yo también, pero hay que entender que en estas situaciones tener el set listo e iluminado a tiempo es mucho más importante que conseguir que los baños huelan a pino fresco. ¡Limpiar los baños puedo hacerlo en cualquier momento! El rodajees aquí, y AHORA. Además, ¿cuántas veces habéis cargado con un trípode de esos al hombro? Al quinto viaje te duele tanto el hombro que no sabes si eres tú el que lleva el trípode o es el trípode el que te lleva a ti… Siempre que me encuentro en un cruce de este calibre, en el que alguien necesita pasar a toda prisa, ya sea un eléctrico, el dire de foto o la auxiliar de dirección, rápidamente dejo de hacer lo que esté haciendo y me aparto para ceder el paso. No hago esto por educación o preferencia -que también-, lo hago porque seguramente estas personas estarán ocupadas con cosas más importantes que las mías, con cosas muy por encima de mis quehaceres cotidianos; aunque, todo hay que decirlo, muchas veces no tengo ni la más remota idea de qué es lo que están haciendo, e incluso a algunos no sé ni para qué coño les pagan. Reconozco también que otras veces me aparto por pura mamonería y pelotería mal disimulada, pero esto no viene al caso. Recordad amiguitos que esta es una de las principales reglas del auxiliar de producción: quítate de en medio y no entorpezcas el trabajo de los demás. Cuanto menos se te vea, ¡mejor! Como con los suecos… pero, detrás del eléctrico… aparece ella… precedida por la auxiliar de dirección que la arrastra de la mano a paso rápido y ligero. La necesitan en set; y por walkie la reclaman con urgencia, pero… ¿Quién pudiera disfrutar por siglos enteros del  tranquilo tacto de su mano, aunque solo fuera las puntas de los dedos? ¿Quién…? Quien lo consiga, afortunado será. La auxiliar de dirección ni siquiera sabe que estoy ahí, ni me ha visto al pasar, y yo sigo escondido, apoyado en la pared para que mi presencia no les entorpezca el paso; sin embargo, ella… ella se permite gastar dos segundo de su frenético comienzo para girar la cabeza y mirarme. Me mira, y me lanza una sonrisa. Una sonrisa fugaz que durará siglos enteros en mi retina. Ella sí que se da cuenta de que el suelo está recién fregado, y entonces, en un gesto de perdón, en una cómica mueca de arrepentimiento, cambia rápidamente sus pasos acelerados por unas amplias zancadas, que de puntillas, saltan las baldosas de dos en dos, y que de puntillas, resaltan todavía más la graciosa e infantil criatura que es. Su buena intención por no estropear el mérito de mi labor hace que un cosquilleo me recorra desde el esternón hasta la garganta, pero tú… tú pisa, pisa lo que quieras. ¡Pisa con garbo morena mía! ¡Pisa! Con esos pies tan delicados y frágiles que te ha dado Dios no hay mal que le puedas hacer a mi esfuerzo. Eres un ángel sobrevolando la superficie del mar; un ángel que dibuja con las puntas de sus dedos flores amarillas en el agua. Te alejas corriendo por las escaleras, subes también los peldaños de dos en dos, el tiempo apremia, pero tu imagen, todavía fresca en mi cabeza, se me escurre entre los dedos de mi mente. Cierro los ojos, y hago un gran esfuerzo por grabar a fuego todos los detalles que pueda de ti. Esos detalles que con el paso del tiempo se difuminarán y nadie recordará; yo, los conservaré en el formol de los escalofríos que tu recuerdo provoca en mi piel. Esta semana tu personaje todavía es joven. Es 1974, y tu estás embarazada. Estás preciosa, y aunque lo que llevas en la barriga es una botarga de plástico, la felicidad y la ternura de las madres primerizas se escapa por el color de tus mejillas. ¡Mierda! Si sube tan rápido es porque vamos a empezar a rodar, y el jefe de producción me ha pedido que esté en el set. Mis otros dos compañeros aún no han llegado y el jefe siempre quiere que haya alguien en rodaje para informar de lo que va sucediendo. De primeras ya no he contado todos los preparativos previos a los primeros ensayos, y la verdad es que nadie me los ha pedido todavía por walkie, pero de todas maneras corro hacia el set para que no me pillen desprevenido. Eso sí, antes una frenética carrera para dejar el cubo y la fregona en el camión de producción, porque, es lo típico: te lo dejas en mitad del pasillo para recogerlo luego, pero luego nunca nadie lo recoge.       
¿Cómo demonios he llegado a esta situación? Hace un momento estaba en el set “cantando” por walkie lo que ocurría en el rodaje: “nos preparamos para un ensayo con actores”, “acción ensayo”, “cortamos ensayo”, “retoques para grabar”, “silencio motor”, “hemos cortado”… esas cosas que decimos los auxiliares de producción para que el resto del equipo se entere de por donde van los tiros; porque, producción, ese ente indefinido siempre en constante movimiento, haciendo cosas de un lado para otro sin que nadie lo comprenda; ese ser peculiar, lo que menos le conviene es que le odien aún más porque uno de nosotros se haya colado en mitad del plano; por eso siempre hay a alguien de producción en el set: para avisar como mínimo de la acción y el corte; bueno, por eso y por otros motivos; aunque os podría asegurar –y me juego el cuello en ello- que nadie, ni siquiera el jefe de producción, emplea ni media oreja en escuchar lo que decimos: “ahora pasamos a la secuencia 17”, “pasamos al contraplano”, “indicaciones a la actriz y retomamos…”; y por eso, siempre, alguno de nosotros acaba apareciendo en la pista de sonido; ensanchando de esta manera de orgullo y satisfacción el pecho de su abuela porque su nieto ha salido en la tele. He de admitir, que cuando soy yo el que está al otro lado del aparato, tampoco es que preste mucha atención; pero así y todo, hay que hacerlo, aunque las auxiliares de dirección se rían de nosotros al escucharnos, y digan que parecemos locutores aburridos radiando un partido de tenis. Pero ahora, no sé cómo, me encuentro en el siguiente set con un cubo de basura tamaño comunidad en una mano y una nevera con aguas calientes en la otra. Calientes porque los hielos aún no han llegado… El siguiente set es un quirófano circular años 70 totalmente frío y aséptico; y estoy yo sólo; yo sólo, con ella. El primer ayudante de dirección me ha pedido que acompañe a la actriz hasta el siguiente set y espere allí, mientras él, el director, y parte del equipo, van a ultimar algunos detalles sobre los lugares donde grabaremos después de comer. Y digo yo: “¿No podrían haber hecho eso antes, o hacerlo hecho en otro momento?” o “ ¿no tienen dos auxiliares de dirección para estos casos, para acompañar y estar con los actores en vez de meterme a mí este marrón?”. Pero bueno… De paso que subo al siguiente set aprovecho el viaje y subo conmigo el cubo y la nevera del combo. Esta, amiguitos, es otra de las funciones primordiales que un auxiliar de producción debe recordar: Allí donde se monte el combo, producción, siempre, deberá colocar una nevera con aguas, una caja de aguas del tiempo, un cubo de basura, y las sillas necesarias para el equipo; pero cargar ahora con las seis sillas y acompañar a la vez a la actriz no me parece correcto. Sabía que se ofrecería a ayudarme, y ya lo ha intentado con el cubo y la nevera, a lo que me he negado en rotundo por supuesto; pero si además, hubiera cargado con las sillas, estas seguro que se me habrían caído porque son un coñazo de llevar, y entonces ahí, si que hubiera sido imposible rechazar su ayuda, y no me lo hubiera perdonado en la vida. ¡Hacerla cargar con el trabajo burdo y simplón que es el mío…! ¿Dónde se ha visto? Producción también se encarga de colocar una carpa en el combo cuando se graba en exteriores para que la luz no moleste a los monitores ni la gente se muera de calor… ah, y el botiquín coño, que siempre se me olvida; fundamental; y el extintor, también fundamental.  
Están tardando demasiado y me estoy poniendo nervioso, de hecho todavía no he soltado ni el cubo ni la nevera a la espera de alguna indicación; mientras, ella, se ha acomodado en una de las sillas de goma-espuma del decorado, y recatada, callada, y en un lado de la sala donde no molesta, se concentra en su personaje.
El silencio en la habitación es vertiginosamenteincómodo.
Otra actriz ya habría aprovechado la coyuntura para sacar el móvil escondido en el bolso de atrezzo y dedicarse a enviar compulsivamente mensajes que carecen totalmente de importancia, y que en realidad no quieren decir nada. Porque ya me dirás, ¿qué es eso tan importante que tienes que decir cuando estás esperando para rodar? No tienes que decir absolutamente nada; estás trabajando y ella… es tan profesional. Es de admirar la profesionalidad con la que espera. Nunca vi actriz igual que esperara como ella. ¡Tan linda en su rectitud y su saber estar…! Como me gustaría escribir correctud en vez de rectitud pero qué se le va a hacer. ¡Tan linda en su correctud y su saber estar! ¡Suspiro! Y ahí estamos los dos, solos, con mil cosas que decirnos, con mil palabras que insinuarnos con… Una sola mirada, directa a sus ojos, profunda e intensa, es lo único que necesito para resumir lo que siento; pero el silencio sigue siendo incómodo, y ella, no me mira, sigue concentrada; y si abro la boca para decir algo, seguro que disléxica tartamudez alguna me sale -¿cómo?- y de un tímido y vergonzoso carraspeo acompañado vendría. Sería ideal que en este momento sonara una canción; una canción de un grupo catalán que hasta hace bien poco era conocidísimo pero que ahora ya no se les oye tanto. Un grupo con nombre propio que me es imposible nombrar porque no puedo pagar los derechos de autor; así que imaginaos la escena como ya os he contado, en el más helado de los silencios… Pero si pudiera… te cantaría la historia de amor más grande jamás contada de Marcelo y María, que quiso ser pero nunca fue. Te la cantaría en un tono más bajo y susurrándote al oído para que mis palabras abrazaran cálidamente cada milímetro de tu piel. Cantaría bajito para que no tuvieras que soportar mi falta de talento musical y así no sufrir mi constante desafinación. Parecería que canto bien y todo. Y aunque no entendieras la letra por estar escrita en catalán y tu ser de las afueras de un barrio de Madrid llamado Valverde, yo te traduciría palabra por palabra esa triste historia de bar para hacerte cerrar los ojos, dejarte flotar en el aire, y respirar profundamente. Un comienzo de acordes y lo que parece un punteado escueto de banjo, de una canción de la que nunca supe su nombre. Y entonces, llega el dire serio y enfadado, y se dirige directamente a hablar contigo. El momento ha pasado, y ni siquiera he podido ambientar mis pensamientos con una canción[1].
El resto del equipo llega acto seguido y entre ellos el jefe de producción, que, con la amabilidad que lo caracteriza, me envía unos metros más p´allá, hacia el fondo del pasillo, a una habitación donde los chicos de arte van a empezar a colocar estantes para ultimar el set de mañana por la mañana. Como utilizan ruidosos taladrados en su labor estanteril, me tocará mandarlos callar cuando empecemos a grabar. Cada vez me alejan más de ella, ya ni siquiera veo el set. Lo único que veo son nucas, y las espaldas sudadas del equipo porque todavía no han llegado los hielos para las aguas; miles de cogotes que me esconden sus ojos, fijos en la escena, para que todo salga perfecto; pero a ella, es imposible verla desde allí, ni siquiera su cogote. Como más tarde me enteré, habían tardado tanto en subir al set porque el dire se había perdido por el hospital a pesar de mis indicaciones. El pobre había terminado en uno de los oscuros sótanos que, además de albergar cajas vacía,  esconden por las esquinas tarros de formol con fetos intactos de recién nacidos; nacidos y muertos hace mucho tiempo. Lo que había sido una alegría, una sincera felicitación por parte de unas de las auxiliares de dirección por lo bien señalizado que estaba el hospital, se había convertido en una pesada mirada del director; una mirada contenida de ira por no gritarme “¡inútil!” en mitad del rodaje; aunque no hacía falta palabras, con la mirada lo decía todo, mejor incluso de lo que lo hubiera hecho yo si ella me hubiera mirado.  Bueno… yo al menos había previsto que tres personas se perderían en la localización por la complejidad del sitio y la aceleración del trabajo, pero nunca llegué a pensar que uno de esos tres iba a ser el director de la película; aunque… si a él se le puede llamar director, entonces supongo que a esto se le puede llamar película.
“¡Silencio, motor!”, “¡Graba sonido!”, “¡Canta y…!” “¡Acción..!”.
Su voz de niña intenta escapar del fondo de la sala; delicada y frágil, a punto de quebrarse en un llanto inconsolable… Sus intenciones son siempre claras, sus emociones transmitidas a la perfección… ¡Qué bien lo hace! No es necesario entender el significado de sus palabras ni ver el movimiento de sus labios... cuando ella habla, el mundo entero enmudece. ¡Sus deliciosos labios…! Como me gustaría tocarlos, sostener su cara con mis manos, besarla lentamente para quitar de su boca todo el mal que en ella habite... La actriz que le da las réplicas es mucho mejor que ella, ¿dónde va a parar? Se nota la edad, las tablas y la experiencia, pero ella… ella encarna la visión de lo que será un futuro prometedor. Es un gustazo verla actuar; y aunque no la pueda ver, la imagino a través de las insinuaciones de su voz. Que claro está el subtexto en su boca… Pero de repente, al final del pasillo, el eco atronador de unas sandalias de playa andando a buen ritmo, anuncian el preámbulo de un desastre. Aunque lo oiga, no me doy cuenta del peligro que se avecina; esta intromisión tan sonora no es distracción suficiente para quitar su voz de mi cabeza, pero… ¿Cómo es posible que unas cutres sandalias de playa puedan hacer tanto ruido? Son las miradas asesinas del resto del equipo las que me ponen en alerta, y me hacen caer en la cuenta de que es mi obligación hacer parar a ese molesto individuo y su grotesco calzado que están embruteciendo el sonido de la toma; esas miradas que antes me daban la espalda, y ahora se me clavan como finos alfileres en la piel haciéndome sudar de vergüenza. Aquí la gente mira mucho pero no dice nada. El que se acerca por el final del pasillo con calzado tan poco apropiado es uno de los chicos de arte que viene para ayudar a sus compañeros a colocar los estantes; y es que el inocente no se ha dado cuenta de que hemos “cantado” motor. Pero eso no es todo, pues sigue sin darse cuenta de que estamos grabando. A pesar de vernos a todos callados como tumbas, entra directamente en la habitación donde arte está trabajando, y se pone a hablar con sus compañeros como si no hubiera nadie más en el mundo. Entonces tengo que aparecer, raudo y veloz, con una sonrisa de amabilidad en la boca para hacerlos callar. Susurrando les digo: -¡Chicos, chicos! ¡Silencio!- y mi índice sobre la boca deja bien claro que se callen… o no… Daos cuenta de que lo digo en plural: “¡ChicoS!” para que el susodicho que molesta no se de por aludido y se sienta ofendido. Es más fácil hacerlos callar cuando, en vez de remarcar la cagada individual, haces que esta sea colectiva y así sea más fácil de asimilar, de tragar. Aunque visto lo visto, habría sido mejor decírselo directa y tajantemente al único implicado. -¡Ah, perdón, perdón! No me había dado cuenta.- se excusa, pero la excusa no viene acompañada de un tono más bajo -¿uno? Debería ir acompañado de VARIOS tonos más bajos-; para eso mejor no digas nada, lo que molesta no es lo que dices, sino simplemente que hables. ¡Cállate! Imaginaos: si este individuo es capaz de derrumbar las divinas murallas de Troya con el sonido de sus sandalias al andar, que no podrá hacer con el poderoso sonido de su voz; pero bueno… attrezzistas… ¿Situaciones como estas? A patadas; y ahí tengo que estar yo raudo y veloz para hacerlos callar. Así es imposible, así no hay quien pueda disfrutar del acogedor sonido de su voz; pero es que, la vida, esa cosa tan incomprendida, tiene un poder invisible e involuntario, un poder extraño que lo abarca todo, un poder tan poderoso que, sin tú darte cuenta, y sin ella ser consciente, te descalifica del juego y tú crees que sigues jugando. ¡Suspiro más grande!
¡Ahora sí que me han jodido de verdad! Si antes me habían enviado al final del pasillo, para mandar callar a irreverentes trabajadores con más lengua que trabajo, allí al menos estaba en el mismo edificio que ella y podía oírla; pero ahora, por culpa del… del inepto del meritorio de producción, me toca ir adonde cristo perdió el gorro para solucionar su cagada. Tengo que ir a la frontera entre Madrid y Guadalajara, a un polígono seco y árido, rodeado de la más absoluta nada donde solo se oye el cantar de las chicharras. Tengo que cambiar un estúpido muñeco de látex porque la empresa que nos los proporciona se ha equivocado en la edad del neonato: en vez de darnos el muñeco de un bebé recién nacido, la sorpresa que nos hemos encontrado al abrir la caja, tal cual cesta delante de un orfanato, es la de un muñeco de unos 18 meses con su chupete, su sonajero y su carrera universitaria bajo el brazo. ¡Mierda! Sé que la culpa no es del meritorio, sino de la empresa, que debería controlar mejor sus encargos -que no será la primera vez que nos la juegue-, pero… ¡macho! Podrías haber mirado la caja antes de salir, comprobar que no nos den gato por liebre, llamar incluso si hace falta… pero no, en vez de eso, me toca conducir 45 minutos de ida y otros 45 de vuelta, a las 12 del mediodía, bajo el justiciero sol de agosto, mientras tú, sin un ápice de remordimiento, te quedas en el set disfrutando de su presencia e incluso a una distancia más corta de la que yo pueda imaginar jamás. Pero bueno… me ha tocado a mi ir a devolver el muñeco diabólico, y tengo que cumplir. Me gustaría escribir que durante la hora y media que estuve conduciendo, lo añoré todo de ti, absolutamente todo, pero, por desgracia, he de admitir que la cosa no fue así. Me gustaría escribir que añoraba tu mano apoyada en mi hombro cada vez que te colocabas el zapato, porque las chicas de vestuario no habían acertado con la talla de tu pie; o la visión de esos pies tan delicados que por las mañanas siempre nos regalabas, pues venías calzada con sandalias de verano por los que se asomaban unos asustadizos a la par que juguetones dedos… pero no os vayáis a confundir con el individuo que chasqueaba sus sandalias al andar y que siempre nos jodía el sonido de la toma. ¡No por Dios no tienen nada que ver! Como me hubiera gustado echar de menos las curvas de tu pelo ondulado por las que cientos de veces me he perdido, y otras tantas me he quedado dormido. Tu olor, del que solo he probado pizcas, instantes fugaces de una piel que por más que lo intente no puedo retener, también eso, me gustaría escribir que lo eché de menos pero… la realidad, me preparaba un destino más bizarro. En un momento del viaje, quizás a la media hora de estar conduciendo, el cielo se volvió completamente negro. Solo yo me di cuenta de aquel repentino cambio porque no había nadie más en la carretera. A mi alrededor, el terreno se había convertido en un paisaje lunar, y el cegador sol del mediodía dio paso a la más oscura de las noches. Una noche extraña, no negra, sino gris, y sin una maldita estrella brillando en el firmamento. El incesante sonido de las chicharras calló de súbito, y lo único que me mantenía sereno era el tranquilizador murmullo del motor en ralentí. Di un paso firme en el asfalto de la carretera para explorar la absoluta nada que me había engullido de repente, y sobre mi cabeza, sin previo aviso, unas intensas luces que cambiaban constantemente de dirección, acompañadas de una espesa niebla merecedora del más sórdido de los espectáculos parisinos, aparecieron para avisarme de que algo iba a pasar. Una nave espacial, de origen extraterrestre, redonda y achatada, sacó sus tres pies de aterrizaje y se posó majestuosamente sobre una de las colinas desiertas. La compuerta principal se abrió, y una luz fluorescente recortó la silueta de una figura desafiante venida del lejano espacio exterior. Levantó su pistola láser, enmarcada también por la luz de la puerta, y se dispuso a realizarme todo tipo de exploraciones que aquí no mencionaremos por respetos a las señoritas…   No, por supuesto que nada de esto ocurrió de verdad; ni siquiera es fruto de mi imaginación, sino más bien de mi incontinencia literaria o mi verborrea mental. Lo que sí es cierto, es que no paraba de quejarme del calor que estaba pasando porque me estaba quedando sin gasolina, y para ahorrar combustible, había quitado el aire acondicionado y bajado las ventanillas -que en verdad lo único que hacían era meter más aire caliente-; no quería arriesgarme a que se me encendiera el piloto rojo de la reserva cuando estuviera llevando a un actor en el coche; es muy molesto, y en esos momentos no puedes parar a repostar y hacerle esperar en mitad de una gasolinera a la vista de todo el mundo. Así que, para intentar evitarme la molestia del acusador rojo, quité el aire acondicionado para apurar al máximo el combustible. Esta era la solución provisional, porque la verdadera cavilación consistía en parar y echar gasolina con mi propio dinero o esperar a llegar al hospital para pedir dinero de producción. Ya no me quedaba nada del dinero que producción me había adelantado, y evidentemente siempre podía pagar con mi dinero, pedir factura, justificarlo en gastos y que luego me lo devolvieran; pero ahí, siempre te la juegas, te arriesgas a que luego no te salgan las cuentas y tengas que devolver pasta, o lo que es más incómodo: que te lo tengan que devolver a ti, porque a medida que va avanzando la película, cuando se va llegando al final, hay menos dinero para invertir; y se hace terriblemente incómodo que uno se pase del presupuesto estimado. Además, en esta peli, me he propuesto gestionar bien el dinero de producción, no mezclarlo con el mío, ni poner de mi bolsillo, porque, como siempre se me han dado fatal los números, al final siempre he adelantado de mi propio dinero y acabo gastando más de lo que gano. ¡Pues esta vez no, ya está bien! En cuanto llegue al hospital pido dinero y me acerco a la gasolinera más cercana. Lo otro que me rondaba por la cabeza –pero de más fácil solución-, era que había salido del hospital sin tabaco y me había dado cuenta a mitad de trayecto, cuando ya he encauzado el camino y no tengo que preocuparme por perderme -porque lo difícil es coger la carretera adecuada, pero una vez cogida es todo recto-; pues en ese momento, en el que estoy yo solo, conduciendo, sin ningún actor al que le moleste el humo, con la radio a tope y disfrutando del viaje, ahí, es cuando más me apetece un cigarro. ¡Y en ese momento me apetecía horrores! Pero en mitad de la nada, es un coñazo tener que desviarse de la autopista y perder veinte minutos para buscar un local donde vendan tabaco; así que: me aguanto, me resigno, y me hago todo el trayecto sin fumar.  Ya os he dicho que este problema era de fácil solución. Cuando me acerque a la gasolinera ya tendré tiempo más que de sobra para comprar tabaco. ¿Y qué era lo otro que me martilleaba la cabeza? Ah sí, ya sé: ¿qué coño voy a hacer cuando termine la película? Había estado una larga temporada enviando curriculums de aquí para allá, de productora en productora, de grandes empresas a cuchitriles montados en bajos, pero, hasta que no me llamaron los que ya me conocían, no conseguí un buen trabajo, un trabajo de verdad. Este mundillo funciona así: una vez que has trabajado con alguien, y si lo has hecho bien y les has caído en gracia, lo único que puedes hacer es esperar a que te vuelvan a llamar en otra ocasión. Una vez una compañera me pregunto si alguna vez había conseguido un trabajo de auxiliar de producción enviando curriculums. Eché la vista atrás y, efectivamente: nunca había conseguido un curro enviando curriculums; miento, una vez, para ayudante de arte en una película independiente en la que no me pagaban, así que… supongo que mi primera opción cuando termine este trabajo será volver a enviar curriculums como un loco. Y es que en este país somos más de 4 millones de personas buscando lo mismo. ¿El qué? ¿Un trabajo estable con el que poder subsistir? ¡NO! Una compañera de viaje con la que disfrutar del resto del trayecto. Una buena compañera de viaje, eso es lo que buscamos. Lo del trabajo estable hace tiempo que deje de buscarlo… ¿qué queréis? Soy auxiliar de producción.       
Y entonces la traición se sirvió caliente y sin anestesia.
Llegué al hospital con el muñeco diabólico –el correcto- y lo dejé rápidamente en la oficina de producción para que mis jefes lo gestionaran como fuera preciso con las chicas de arte. Yo, por mi parte, ya sin la carga del neonato, subí los escaleras de dos en dos para verla cuanto antes. Cuando llegué al set, allí los vi, mi Judas y mi actriz, hablando y riendo como si fueran los únicos de la sala, los únicos que no daban un palo al agua mientra los demás se desvivían trabajando. Solo les faltaba cogerse de la mano; y entonces, ella, no pudo aguantar más la risa ante una de sus ocurrencias, y le golpeó cariñosamente en el hombro, a lo que él respondió con una sonrisa. ¡Contacto físico! Se me encendieron los ojos con llamas del infierno. Me hirvió la sangre. ¡Le ha tocado! ¡Maldito traidor! Y era él, el que me dijo una vez que “entre bomberos no se pisan la manguera”; frase burda donde las haya por la que me reí para no dejarte mal, para que te entres -aunque un poco de gracia sí que me hizo-; pero da igual, alguien que suelte tan magna perlita literaria no es merecedor de oídos tan finos como los de ella. “Entre bomberos no se pisan la manguera…” ¿y ahora qué maldito bastardo? Mira como le regalas los oídos con lo que quiere escuchar, como sabes por donde entrarle y que decirle; y ella, encantada de la vida con tus halagos y tus genialidades… Empiezo a pensar que te equivocaste adrede de muñeco para quitarme de en medio y poder estar a solas con ella, sin rivales que te molesten. ¡Toda para ti! ¡Quitemos de en medio a la competencia! ¡Mandemos a los extraterrestres para que los abduzcan! También sé, que serás tú, el que el último día de rodaje, le entregue el ramo de flores cuando anuncien que  ya ha terminado la película. ¿Dónde se ha visto que el meritorio de producción le entregue el ramo de final de rodaje a la actriz protagonista? Bueno sí, yo mismo lo hice una vez, pero ese no es el caso. ¡Que sepas que ella me regalará un mechero el último día de rodaje! ¡Un mechero naranja superchulo! ¡Y a ti nada! ¡Un mechero que publicita un casposo bar del centro de Madrid! ¡Un…!  Bueno ya está bien, no dejo de soltar sandeces. Y es que en el fondo lo entiendo… él es más alto y apuesto que yo, va mejor vestido, dicen que será muy prometedor… al igual que tú, y los dos tenéis la misma edad. Seguramente yo te parezco un viejo cascarrabias que te saca seis años, y con él, tendrás más cosas en común de las que hablar. Además, yo, yo soy un simple auxiliar de producción y tu, tú  ¡Maldita sea pero si él es solo un meritorio de producción!
La hora de comer en un rodaje en realidad no es una hora, o en mi caso nunca lo es; más bien es, o a mi me parece que es, un paréntesis en el rodaje en el que trabajas igual, o más, con la única diferencia de que estás sentado mientras ingieres algún alimento, si es que te puedes sentar, porque… Sea como sea, de la hora de comer en un rodaje se pueden decir muchas cosas… Yo estoy sentado con las chicas de maquillaje y con parte del equipo de producción, y todos tienen la atención puesta en mi. La mayoría ya hemos comido, y estamos con los cafés. Sujeto entre mis manos un sobrecillo de azúcar, pero no de los cuadrados, sino de esos cilíndricos y alargados, y les cuento la historia del creador de este singular invento; y parece que el entretenimiento de sobremesa les gusta. Les cuento, que el creador de los sobrecillos de azúcar alargados, buscaba una forma nueva de sobre, una manera para que la gente no tuviera que agitarlos por un lado, como siempre hacía, para que el azúcar se acumulara en el fondo y no se derramara sobre la mesa a la hora de abrirlos; una manera más rápida y eficiente de abrir los sobrecillos de azúcar. Tras años de estudios y trabajo, finalmente ideó estos sobrecillos alargados que daban solución a su complicado problema. El creador, henchido de orgullo por su invento y alabado por la comunidad científica, rápidamente comercializó la buena nueva; pero su sorpresa fue, que la gente, a pesar de presentarles una forma nueva y revolucionaria de abrir sobrecillos de azúcar, estos, abrían los sobres como lo habían hecho toda la vida, agitando uno de sus lados. Su creador, al ver que su invento no había servido de nada, que nadie lo había entendido, y que nadie lo utilizaba como era debido, cayó en una profunda depresión que lo recluyó en su casa. A los pocos años, vencido por la oscuridad y el abatimiento, terminó con su vida una mañana arrojándose a un río con los bolsillos llenos de piedras. Real o no, la historia ha conseguido conmover a los comensales; y se miran entre ellos, y me miran a mi a la espera de que les revele cual es esa revolucionaria manera de abrir los sobrecillos de azúcar; pero yo, me hago esperar. –Yo…- les sigo contando mientras me preparo para echarle el azúcar a mi café -…cada vez que me encuentro con uno de estos sobres, los abro como los ideó su inventor para honrar su memoria.- ¿Y cuál es esa forma? Cojo el sobre de azúcar con las dos manos; con los índices sujeto la parte de arriba y con los pulgares levanto los extremos. La presión del propio azúcar hace que el sobre se raje por la mitad, liberando el contenido blanco dentro del líquido negro. Es muy fácil, como partir una ramita por la mitad. Los presentes sonríen ante la inocente demostración; creían que el proceso sería más complicado. Les ha gustado la historia, y repiten la acción con sus respectivos azucarillos y cafés. Todos comentan alegres la jugada mientras remueven el azúcar de sus cafés; sin embargo, yo, todavía triunfante por haber sido el centro de atención durante un momento, y haber conseguido un rato relajado y distendido en una jornada estresante de trabajo (todas lo son); me vuelco enseguida en mis pensamientos hacia ella. Como me gustaría estar así de relajado con ella, abierto, hablador, sin miedo a quedar mal, distendido, con valentía, capaz de crear un rato agradable y ser admirado y apreciado por ello. La espío escondido entre las cabecitas que comen rápidamente para poder echarse la siesta; pero no sé que haría, si por algún casual, ella levantara la cabeza y me viera mirándola. Solo acercarme, dos mesas más adelante, sentarme a su lado sin miedo al que dirán, sin miedo a quedar como un completo imbécil, y quedarme allí, a su lado, para hacerle más agradable la comida; ¡como me gustaría! Pero, hay un abismo entre los dos, ella está muy lejos de mi, tremendamente apartada de cualquier lugar al que yo pueda llegar, a la otra punta del comedor, a… dos mesas por delante de mi. 
Habría sido un plan cojonudo, pero os aseguro que yo no tuve nada que ver con aquel asunto. Supongo que la culpa la tuvo el café del catering que, aunque a mí me sentó de maravilla, al orondo chófer le hizo una lavativa en toda regla. El pobre se pasó la tarde entera en el baño, evacuando todo lo que su orondo cuerpo había retenido durante el día. Acabó deshidratado, con un dolor de estómago insoportable, punzante, casi inconsciente sobre la tapa del water, por no hablar ya de su elegante traje. Parecía como si alguien lo hubiera querido envenenar con  un potente laxante en el café, aunque os puedo asegurar que a aquel café lo que menos le faltaba era laxante, así que el envenenador se podría haber ahorrado el veneno y dejar que el café hiciera su proceso natural; dejar de ser envenenador para convertirse en un simple cafetero. Aquello era un sin vivir, y el tío estaba fatal, por lo que al final tuvimos que prescindir de él y uno de los chicos de producción lo acompañó hasta su casa; por suerte ese no fui yo; pero al quedarnos con un coche y un conductor menos, había que asignar a otra persona para llevarse a la actriz al terminar la jornada. ¿Y a qué no sabéis a quién le toco? ¡Sí! ¡A mí! Por primera vez en todo el día me sonreía la fortuna, y yo no había hecho nada, os lo juro. Pero todavía tenía que pasar toda la tarde para que ella se subiera a mi coche; y la tarde pasó sin pena ni gloria, sin nada interesante que resaltar, ¿o sí? Bueno, da igual, voy a omitir esos momento para pasar directamente al momento en el que ella, y yo, estamos juntos en el coche. ¡Mierda no puedo! Si que hay que contar una cosa; no es importante, pero hay que contarla. Lo siento amiguitos, tendremos que esperar… Lo más resaltado de la tarde, que no es moco de pavo, fue la pinchada sobre el horario previsto que nos hizo terminar una hora más tarde. Creo que en vez de acabar a las ocho, acabamos a las nueve, más o menos; recuerdo que ya empezaba a oscurecer. Todo un coñazo. La causa de este retraso como mínimo es curiosa de mencionar; nos encontrábamos en el último plano de la última secuencia del día; como se suele decir: “grabamos este plano, y cremallera”; pero el destino nos aguardaba una cremallera muuuuy larga. Teníamos un personajillo en el rodaje, una chica menuda y bastante atolondrada que siempre iba cargada con un cronómetro a modo de palabra de honro, y una ristra de bolígrafos de todos los colores habidos y por haber, incluso de los que todavía no están inventados; Una chica pizpireta que, siempre se equivocaba preguntado por el set cuando en verdad quería preguntar por el combo. El combo es donde se colocan los monitores para previsualizar la escena y el set es donde transcurre la escena; lo que sea. Una chica que, al final del rodaje, se hizo querer por todos con sus ocurrencias y disparates, y que en ocasiones hacía la función de script, y en ocasiones se dedicaba a entretenernos. Pues sentados en el mencionado combo, se encontraban el dire de foto y nuestra atolondrada script, contemplando el plano ya iluminado, ya preparados para la acción. Yo me encontraba detrás de ellos cantando por walkie los últimos retoques necesarios para acabar el día, y entonces, ella -la script, no ella, ella- se dio cuenta del inmenso fallo garrafal que habían cometido los chicos de iluminación; mis amigos los eléctricos -Este plano es muy bonito- dijo. Y no carecía de razón, pues a la sala en penumbra y llena de niebla con olor a fresa, le entraba un focazo por el ventanal que escupía un chorrazo de luz blanca directamente sobre la cara de la actriz. Un plano de contrastes lleno de sutilezas… -Pero…- siguió diciendo -¿Este plano no era noche? ¿Por qué está iluminado como si fuera día?- Todos nos miramos sin saber muy bien que contestar. El dire de foto se mantuvo en sus trece defendiendo su posición; no quería ver el error, y alababa la magnificencia de la luz mientras el resto del equipo enseguida echamos mano de la orden de rodaje para comprobar lo que decía la script; y… efectivamente, tenía razón, ese plano tenía que estar iluminado como noche. Cagada importante. Cosas como estas, hacen que en vez de terminar un cuarto de hora antes, terminemos una hora después, y el final de jornada viene acompañado de un sin fin de carreras de última hora para solventar el error para terminar cuanto antes y no tener que pagarnos horas extras. Al final nos las pagaron; y el plano fue una noche no tan preciosista como lo había sido de día, sin embargo, ella, seguía estando genial fuera día, fuera noche…
Se nos hizo más de las nueve de la noche, y aunque las farolas aún no estaban encendidas, acerqué el coche a la entrada del hospital para que ella no tuviera que andar por aquellos andrajosos caminos llenos de matorrales y desperdicios humanos. Esperé a que saliera; y en el poco tiempo que tenía entre que yo acercaba el coche y ella salía de vestuario, aproveché para limpiar las inmundicias que mi vehículo acumulaba: una cajetilla de tabaco vacía, una lata a medio beber, el envase de plástico del sándwich del corte para bocadillo, un vaso de café, el periódico que hacía dos días un figurante con frase se había dejado… muchas cosas. Mal por mi parte -todo hay que decirlo-  porque debería tener el coche impoluto sea quien sea el que suba en él pero, como a los figurantes especiales eso les da igual, y a mí también, pues… Pero cuando se trata de ella… lamería con mi propia lengua las llantas de los neumáticos con tal de que su majestuosa carroza reluciese como el oro -¡qué asco!- Ella no lo ha pedido, y ni siquiera le importan esas exquisiteces; pero por ella, lo que haga falta. A lo único que no llegué, fue a echarle un poco de ambientador con olor a limón a los ventiladores del coche, y poner el aire a toda potencia para eliminar cualquier rastro de mal olor o resquicio de tabaco. Yo sabía que ella fumaba, tabaco de liar, y aunque violaba unas de las normas principales: no dejar fumar ni a los actores ni a mi mismo cuando se hace un traslado; por ella, me lo salté a la torera y le permití fumarse un cigarro; pero ella no lo había pedido, y no lo iba a hacer por respeto a mi. No me equivocaba cuando decía que era ESTUPENDA. Esta fue toda la conversación posible al inicio del viaje, y enseguida el cansancio de la jornada se vio reflejado en sus ojos medio caídos, y en su postura recostada sobre el asiento del copiloto. Otro tipo de actriz se hubiera sentado en el asiento de atrás y directamente se habrí sobado, pasando por completo de mi, pero ella… ella me hacía compañía. Que vulnerable y frágil se te ve en este momento, tan humana y desconsolada en tu cansancio, viendo los coches y el paisaje pasar a toda velocidad, perdida en el confort hipnótico de tus pensamientos, en el colchón de dejar la mente en blanco y que por ella cabalguen a toda velocidad los recuerdos de tu subconsciente. ¿Quién estuviera dentro de tu cabeza para conocer tus miedos y espantarlos; para saber lo que te hace reír sin motivo aparente? Pero la M-30 nos aguardaba todavía la ultima sorpresa de la noche. No hacía falta poner la radio, no necesitábamos música que nos ambientara; el ambiente ya era de por si acogedor, no nos hacía falta nada más. Y en ese momento, me vino a la cabeza las palabras de mi madre: “hijo mío, nunca te enamores de una actriz”; grandes consejos adaptados a los nuevos tiempos; esos sabios consejos que dan las madres y que, como no, siempre son ciertos... Pero tal cual me vinieron las palabras, tal cual se fueron. Mi pensamiento se vio interrumpido por el inminente accidente que iba a ocurrir a escasos metros de nosotros. Un camión, de estos no muy grandes, de los que circulan por dentro de la ciudad, que creo que incluso solo tienen dos ejes, pero una rueda más en cada eje (se nota que no tengo ni puta idea de coches, ¿verdad?); pues a uno de esos, de repente, sin motivo alguno, se le sale disparada una de las ruedas traseras. La rueda vuela por los aires y se pierde en el arcén derecho de la carretera. Aunque aquello nos pilla por sorpresa tanto a mí como al coche de al lado, la distancia que nos separa del camión nos permite reducir considerablemente la velocidad, e impedir males mayores; mientras el camión se tambalea sin control y a sus anchas de un lado a otro de la vía, nosotros, espectadores de lujo de un autocine improvisado, no podemos hacer otra cosa que disfrutar del espectáculo que el televisor en que se ha convertido el parabrisas de mi coche nos ofrece en vivo y  en directo. Mejor que el 3D, mejor que la película que estamos rodando, porque la adrenalina nos sube hasta la cabeza ante el peligro real de una dolorosa colisión. Todo ocurre apenas en cinco segundos, pero tiempo más que suficiente para hacer del momento un acontecimiento extraordinario y una anécdota merecedora de ser comentada al día siguiente en el rodaje. La segunda rueda del mismo eje sale dispara en la misma dirección y el conductor pierde totalmente el control del vehículo. Por fortuna, mi atención, y la del conductor de al lado, han permitido que el camión tenga espacio suficiente para volcar, que es lo que va a pasar, pues la carga se debe haber soltado y el carrozado se tambalea en un frenético desequilibrio que en algún momento tendrá que parar; y aunque los coches de atrás nos pitan porque hemos reducido la velocidad considerablemente, ellos no ven el espectáculo que vemos nosotros. Finalmente, el final que estaba escrito desde el principio, ocurre, y el camión cae ladeado ocupando el carril derecho. Nos apartamos a un lado de la carretera y la tensión sube al máximo al ver que el conductor no sale de la cabina. Le ordeno a ella que se quede en el coche y no salga. Yo ordenándole a ella ¡Ja! Pero lo último que quiero ahora es que le pase algo. Ahora mismo soy el máximo responsable de su estado y si algo le pasara no me lo perdonaría nunca, y mañana directamente estaría despedido. El conductor sale de la cabina temblando, más preocupado porque sus jefes lo van a crujir por el destrozo del camión que de haber salvado su vida por los pelos. Varias personas se quedan con él y la policía y una grúa no tardarán en llegar, así que, puedo seguir tranquilamente mi camino. Subo al coche y nos ponemos en marcha. No podemos dejar de comentar lo flipante que ha sido la situación -aunque la conversación tampoco da para más de veinte minutos, no os vayáis a creer-. Estamos tan excitados que no podemos dejar de hablar, y es tal el momento de conexión entre los dos, estamos tan relajados, que incluso me atrevo a poner el aire acondicionado para calmar el color rojizo de las venas que tengo a flor de piel, y me olvido por completo de que el coche estaba a punto de entrar en reserva. Y justo, al momento, se enciende el acusador pilotito rojo con forma de surtidor de gasolina. Por suerte ella no se ha dado cuenta, pero yo sí, y no dejo de sudar pensando que no vamos a llegar a su casa y nos vamos a quedar tirados en mitad de la carretera y voy a tener que llamar a un taxi y va a ser todo tan vergonzoso y poco profesional. No paro de sudar y eso que tengo el aire puesto. Pero ahora no me atrevo a quitarlo; el cambio de temperatura se notaria demasiado, y ella no se ha quejado, todo lo contrario: lo quería, pero no se atrevía a pedirlo; y si ahora lo apago… no querría hacerla pasar por el mal trago de tener que pedírmelo de nuevo.¡Ay madre cómo voy a cagarla! ¿Y si pongo la radio? Ya hemos dejado de hablar del accidente y ahora a lo mejor el silencio la incomoda. ¿La pongo? ¡Uf no paro de sudar! No, espera; se está volviendo a quedar dormida en el asiento, eso es que está relaja, está bien; no hace falta la radio. Si la vierais dormir como yo la veo… Desnuda, sin un ápice de suciedad, enroscada en una fina sábana blanca, fresca por el rocío de la mañana. Apenas una tela que abraza la sinuosidad de su cuerpo insinuando su figura recién despertada de la infancia, que la acaricia con la extrema cautela de quien no quiere perturbar la belleza. Y me deslizaría como el más sigiloso de los intrusos entre los pliegues de tu ropa dejada en el suelo, para que el recuerdo cercano de tu almizclado olor sea el entremés de un gran banquete. Te abrazaría y me pegaría a tu espalda para que mi respiración se acompasara a la tuya, y el latido de tu corazón se convirtiera en el pulso de mi vida. Exploraría a conciencia cada vello de tu piel para encontrar tus secretos mejor guardados y, quedarme allí; mientras, nuestro futuro, se escribiría con sudor en el papel pintado de las paredes de la habitación. En fotografías viejas se vería nuestro primer beso, nuestra primera mirada de complicidad, nuestra primera noche en la orilla del mar, los secretos susurrados al oído, las tardes de domingo bañados por el sol, las promesas de envejecer juntos, de niños corriendo por los pasillos de nuestra primera casa donde todo era posible, lo malo y lo bueno, lo fácil y lo difícil, nuestras manos anudadas, nuestros ojos añorándonos por la distancia, el recuerdo olvidado de tu incontrolable risa llenando el dormitorio en el que nos quitábamos la piel, tus cansados ojos cerrándose mientras apoyas la cabeza en mi marchito pecho y nos dejamos ir;  mientras, en un lugar lejano del mundo, recuerdan nuestra historia como la historia de amor más grande jamás contada. Y entonces… en el momento justo en que te encuentres en la línea entre la vigilia y el sueño, me acercaré en silencio, y simplemente rozaré con los labios el escondite que protege con recelo el lóbulo de tu oreja, y… te dejaré dormir.
¿Ya hemos llegado? Sí, esta es su casa. Parece que esta vez el GPS nos ha traído a la primera y no se ha equivocado ni una sola vez. Cuando más prisa tienes, es cuando más se equivoca, y cuando quieres que te pierda, es cuando acierta a la primar; no hay quien los entienda. No os he hablado de la relación entre el GPS y el auxiliar de producción -que es muy estrecha- pero ya no hay tiempo para eso, ahora tengo que ser valiente, decidido; tener a todos los astros apoyando mi causa. Este es el momento, no puedo dejarlo escapar; no puedo dejar de sudar, llevo encima la coraza con la que millones de hombres antes que yo lidiaron en las dolorosas batallas del amor. Blandiré mi espada al aire, luciré mis galones, abanderaré con orgullo el estandarte de mi persona y mi sex-appeal –si es que tengo de eso-. Como se suele decir: voy a ir a por todas; aunque esta noche, solo vaya a por una, a por ella… Despierta de su breve sopor y me sonríe. Yo abro la boca no sé muy bien si para coger aire o sacarlo de mis pulmones. Me da dos besos rápidos y llenos de intensidad que rozan las comisuras de mis labios y ruborizan mis mejillas, me das las buenas noches, me ruega con educación que descanse, sale del coche, y sin más dilación se mete en casa… Yo, aún sigo con la boca abierta…
Aquí unos segundos de silencio, por favor, para marcar la catarsis que se está produciendo en mi cabeza.
Sigo parado delante de su casa.
¿Salgo detrás de ella? ¿Llamo al portal? ¿Grito su nombre a los balcones dormidos? ¿Grito que pasaré la eternidad a su lado y que nunca la soltaré de la mano…?

Finalmente vuelvo a encender el motor del coche y me pongo en marcha. Vuelvo a ver el cojonudo pilotito rojo de la gasolina, pero ya me da igual, aunque ya va siendo hora de parar en una gasolinera. Bajo la ventanilla para que el poco aire que sopla esta asfixiante noche de verano me pegue en la cara. Por fin puedo disfrutar del cigarrillo que le he podido gorronear a uno de mis compañeros, y respiro la noche; mientras, el delgado humo huye de mí por el hueco de la ventana, y pienso que, no es lo único delgado y etéreo que se me ha escapado esta noche. Enchufo la radio, y suena aquella canción que os comenté, la que me hubiera gustado que sonara cuando ella y yo estábamos a solas en el set del quirófano, y que no podía cantar porque no tenía los derechos de autor, pero ahora –es curioso como funciona esto- yo si puedo oírla pero vosotros, aún necesitáis los derechos de autor.
Me adentro en la espesura de la ciudad, dejando atrás todo lo que podría haber sido y no ha sido; todo lo que es y nunca será. Y me repito a mi mismo, cantando en silencio una letra medio inventada, convenciéndome una y otra vez de la misma mentira, convenciéndome de que… es noche fría para ser agosto, no se está ya como en casa.

No puedo decir que este sea el fin, todavía nos quedan tres semanas de rodaje.



[1] Es fácil adueñarse del valor de una obra para rematar lo que uno no ha sabido construir con la suya. Valor añadido. Estoy cansado de ver como los llamados creadores se apropian de las canciones de otros para engrandar sus obras, bien porque estas ya son buenas de por si o porque les dice algo a ellos –aunque eso no quiere decir que nos diga algo a los demás, ni siquiera lo mismo-. Deberían buscar la canción –si es que la obra lo necesita- que mejor se ajuste a lo que quieren decir –si es que quieren decir algo- y que añada algo a la escrito; pero que no sea un pegote ahí puesto por la única razón de que a su creador le gusta y queda bien, incluso moderna; y yo he caído en esa doble trampa. Me gustan del grupo que he elegido muchas canciones que musicalmente habrían calzado perfectamente con el sentimiento u emoción de la escena, pero que, sin embargo, su significado habría entrado con calzador en la misma. Sí, se acercan, pero no tanto como desearía, y por eso, la elegida, le va como anillo al dedo, aunque musicalmente no acaba de ser la perfecta. No debería haber puesto ninguna canción porque pone en evidencia mi falta de talento al escribir, al ambientar una situación y al contar lo que quiero decir. Malditas tramposas. Sí claro, ahora échale la culpa a la canción.